Frère Rufin (portada)

Capítulo II: Vivir el Evangelio

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Jésus-ChristAbriremos este capítulo con el relato de la tentación de Jesús en el desierto a manos del diablo. A continuación acompañaremos a Francisco en su respuesta a la llamada que el Señor le dirigió en la capilla de San Damián. Finalmente, terminaremos con el estudio de los artículos 4 y 5 de nuestra Regla; artículos que, precisémoslo desde ahora, constituyen el punto clave de aquélla.



jesús tentado por el diablo en el desierto

Tal y como se ha indicado en el prólogo de este manual, frecuentemente apoyamos nuestras explicaciones con fragmentos extraídos de diversas obras. Hoy toca el turno a una mística que nos cuenta una revelación que iluminó su vida. Esta conocida mística es María VALTORTA y el extracto presentado más adelante, así como una parte del análisis subsiguiente, son tomados del libro El Evangelio como me ha sido revelado * Respecto a esta obra, nuestro Santo Padre, el papa Pío XII, recomendaba a los padres Andrea M. Cecchin, prior, Corrado Berti y Romualdo M. Migliorini, teólogos de la Orden de Servitas de María, a quienes recibió en una audiencia especial el 26 de febrero de 1948 (cfr. L’Osservatore Romano): «Publicad esta obra tal y como está. Quien la lea, comprenderá». En este manual, algunas veces haremos referencia a esta obra escrita en italiano cuyo título es Il poema dell’Uomo-Dio (El poema del hombre-Dios). Para ello nos apoyaremos en la edición española editada en diez volúmenes: Valtorta, María, El Evangelio como me ha sido revelado, Centro Editoriale Valtortiano, Isola de Liri, Italia, 1999. Las referencias indicadas posteriormente en este manual se remiten a esta edición española. . Evidentemente, te invito a que procures no materializar demasiado los detalles concretos.

En el desierto de Judá

Tras el bautismo en el Jordán llevado a cabo por San Juan Bautista, Jesús es incitado por el Espíritu a dirigirse al desierto. Se trata del desierto de Judá: tierra quemada, soledad empedrada y polvosa que el viento eleva en torbellinos. Jesús está ahí desde hace cuarenta días, ayunando y orando. La pregunta inevitable que nos viene a la mente es la siguiente: ¿por qué razones el Espíritu ha empujado a Jesús al desierto? Pues bien, en primer lugar para preparar su misión, pero también para ser tentado, así como lo fueron Adán y Eva en el jardín del Edén.
Podemos imaginar fácilmente la escena: desde hace cuarenta días, al implacable calor del día sigue el frío cortante de la noche. Jesús está agotado. Por supuesto, lo está a causa de las privaciones de alimento. Pero también lo está por la nostalgia que le provoca la lejanía de su mamá. Pues en esta prueba, Jesús siente la necesidad de cobijar su fragilidad de hombre bajo la ternura materna. Igualmente, presiente el sufrimiento que le espera y el dolor que esto causará a su madre, la única persona en el mundo que lo ama de manera perfecta. Jesús está triste... La tristeza no es un pecado si el momento nos tortura. Sólo es un pecado si nos abandonamos a ella y si caemos en la abulia o la desesperanza. No obstante, la tristeza es un mágico llamado a Satanás. Y hete aquí que es él precisamente quien llega.
Jesús, sentado en una piedra, ve llegar a un hombre. Este hombre, vestido como un beduino, traba la conversación: «¿Estás solo?». Jesús lo mira sin responder. «¿Cómo has llegado aquí? ¿Estás perdido?». Jesús lo mira nuevamente y permanece callado. «Si tuviera agua en mi cantimplora, te daría. Pero no tengo. Mi caballo está muerto de fatiga y me dirijo a pie hasta el vado. Allí podré beber y encontraré a alguien que me dé un poco de pan. Conozco el camino. Ven conmigo, te llevaré». Jesús baja la mirada sin decir nada. «¿No respondes? ¿Sabes que si permaneces aquí morirás? Anda, ven». Jesús junta las manos en muda oración.
Jésus tentation au désert
Y en ese momento, adivinando que ha sido desenmascarado, Satanás se revela: «¡Oh! ¿Entonces eres tú? ¡Te buscaba desde hace tiempo! ¡Te has escondido muy bien durante todos estos años! Pero ahora, te observo desde tu bautizo. ¿Llamas al Eterno? ¡Oh, oh, está muy lejos! Ahora estás en la tierra y entre los hombres. Y en el mundo de los hombres, yo soy el rey. Sin embargo, me inspiras compasión y quiero ayudarte porque eres bueno y porque has venido a sacrificarte, en vano. Los hombres te odiarán a causa de tu bondad, pues son más áridos que el polvo de este desierto. No merecen que se sufra por ellos. Yo los conozco mejor que tú. Anda, ven». El sudor perla las sienes de Jesús y lo vemos orar mentalmente con mayor intensidad. Satanás se sienta frente a Jesús y lo escruta con su terrible mirada sonriendo con su boca de serpiente. Y continúa: «Desconfías de mí. Pero estás equivocado. Soy la sabiduría de la tierra. Puedo servirte de maestro para ayudarte a triunfar. Mira, lo importante, es triunfar. Pues cuando uno se ha impuesto al mundo y lo ha seducido, lo lleva a dondequiera. Pero primero, hay que ser como le gusta, como ellos, seducirlos haciéndoles creer que los admiramos y que compartimos sus pensamientos. Escúchame. Te enseño cómo hay que hacerlo porque un día te miré con alegría angelical y algo de este amor ha permanecido en mí. Entonces, escúchame y aprovecha mi experiencia... Pero, ¡qué tonto soy! Tienes hambre y yo hablando de otras cosas sin relación con la comida. Mira esas piedras, mira como son redondas y pulidas, doradas por los rayos del sol del crepúsculo. Parecería que son panes. Tú, el hijo de Dios, sólo tienes que decir: “Lo deseo” para que se conviertan en un pan oloroso y bien caliente, en un pan que se deshace en la boca y calma el dolor de estómago provocado por el hambre. Hártate, hijo de Dios. Eres el amo de la tierra... ¿Ves cómo palideces y vacilas tan sólo con escuchar hablar de pan? ¡Pobre Jesús! ¿Estás tan debilitado como para no poder realizar un milagro? ¿Quieres que lo haga por ti? No estoy a tu nivel, pero puedo hacer algo. Me privaré durante un año de mi fuerza, la juntaré entera, pero quiero servirte porque eres bueno y porque no olvido que eres mi Dios, incluso si ahora no merezco darte ese nombre. Ayúdame con tu oración para que logre...»
En ese instante, Jesús responde: «Cállate. No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra proveniente de Dios».
El demonio tiene un sobresalto de rabia. Aprieta los puños y crispa la mandíbula lanzando un horrible estertor. Pero, cambiando de opinión, abre los puños, relaja su boca para esbozar una sonrisa y continúa: «Entiendo. Estás por encima de las necesidades terrenas y te repugna servirte de mí. Lo merezco. Pero ven a ver lo que pasa en el Templo, en la casa de Dios. Mira cómo los sacerdotes tampoco se rehúsan a mezclar el espíritu y la carne, porque al fin y al cabo, son hombres y no ángeles. Realiza un milagro espiritual. Te llevo hasta el pináculo del Templo y desde arriba, te lanzas al vacío. Entonces, llamas a las cohortes angélicas y les dices que hagan con sus alas entrelazadas una tarima para tus pies, pues, ¿no ha sido escrito: “Él dará órdenes a los ángeles por ti, y ellos te llevarán en sus brazos, para que no te hieras el pie con alguna piedra”? Y así, ellos te bajarán al centro de la pieza. Y de este modo, los de abajo te verán y recordarán que hay un Dios. De cuando en cuando, estas manifestaciones son necesarias porque el hombre tiene una memoria de corto alcance, especialmente para las cosas espirituales. ¡No sabes qué contentos estarán los ángeles de ayudarte a poner pie y de darte una escalera para que bajes!»
Jesús le dice: «No tentarás al Señor tu Dios, está dicho».
Por tercera vez, el demonio toma la palabra: «Comprendes que incluso tu aparición no cambiaría las cosas y que el Templo continuaría siendo mercado y corrupción. Tu divina sabiduría sabe que los corazones de los ministros del Templo son un nido de víboras que se devoran entre sí para acceder al poder. Lo único que puede dominarlos es el poderío humano.
Jésus tentation au désert
Ven entonces. Adórame. Te daré la tierra. Alejandro, Ciro, César, los más grandes conquistadores del pasado parecerán vulgares jefes de caravanas a tu lado, pues tendrás todos los reinos de la tierra bajo tu cetro, y junto con ellos todas las riquezas, todos los esplendores de la tierra, y mujeres, y caballos, y soldados, y templos. Podrás alzar tu señal por doquier cuando seas Rey de Reyes y Señor del mundo. Entonces, serás obedecido y respetado por el pueblo y los sacerdotes. Todas las castas te honrarán y te servirán porque Tú serás el poderoso, el Único, el Señor. ¡Sólo un instante, adórame! ¡Sacia mi sed de adoración! Eso es lo que me ha perdido. Pero está en mí y me quema. Las llamas del infierno son fresco aire matinal en comparación con este ardor que me quema por dentro. Esta sed, es mi infierno. Un instante, un sólo instante ¡oh Cristo, Tú, que eres bueno! ¡Un instante de felicidad para el eterno torturado! Hazme sentir lo que significa ser Dios y te seguiré con devoción, obediente como un esclavo de por vida, en cualquier empresa. ¡Un instante! ¡Un sólo instante y no te atormentaré más!». Y Satán se arrodilla, suplicante.
Jesús, por el contrario, se levanta. Su rostro tiene un terrible aspecto de severidad y poderío. Sus ojos son dos zafiros que lanzan llamas. Su voz es un trueno que repercute en las rocas y en la tierra desolada cuando dice: «¡Vete, Satanás! Escrito está: Adorarás al Señor tu Dios y sólo lo servirás a Él».
Habiendo agotado así todas las formas de tentación, Satanás, con un grito de condenado desgarro y odio indescriptible, se levanta de un salto. Y luego desaparece con un nuevo aullido de maldición para volver hasta un tiempo señalado * Valtorta, María, op. cit., vol. 1, cap. 46 (extractos). Una parte del análisis que sigue es tomada de la misma obra, vol. 1, cap. 47, así como del cap. 78 y siguientes..
Jesús se sienta. Esta última prueba al término de cuarenta días de privaciones lo ha agotado. Pero el Evangelio nos precisa que «unos ángeles se acercaron para servirle» (Mt 4, 11).

¿Quién es Satanás? ¿Cómo reconocer su influencia?

Satanás es un ángel que se ha desviado. Pero primero, preguntémonos, ¿qué es un ángel?
ange de lumière Antes de que Dios creara a los hombres, Yahveh-Dios había creado a los ángeles. Los ángeles son una armada celeste, seres de naturaleza espiritual cuyo papel es servir a Dios y, posteriormente, también a los hombres. El servicio es su función general. Sin embargo, ciertos ángeles realizan tareas especiales, lo que nos demuestra, por otra parte, que existe una jerarquía entre ellos. En los dos Testamentos, encontramos al ángel Rafael, «Dios ha sanado » (Tob 3, 16-17; 12, 14-15), al ángel Gabriel, «hombre de Dios» (Dn 8, 16; 9, 21. Lc 1, 26), o incluso al ángel Miguel «¿quién como Dios?» (Dn 10, 13-21; 12, 1). El ángel Miguel es el príncipe de todos los ángeles.
Satanás, como lo hemos indicado, es un ángel caído. Ocupaba un lugar muy importante en la jerarquía celeste. Pero un loco orgullo “se le subió a la cabeza”. Quiso volverse igual a Dios e incluso, si fuese posible, ocupar su lugar. No quería servirlo más, sino ser servido. No quería adorar “la Palabra divina”, es decir, aceptar, adorándola, la revelación del “Pensamiento eterno” que debía encarnarse más tarde, hacerse hombre * La opinión que afirma que Dios reveló a los ángeles, tras su creación, el misterio de la Encarnación del Verbo y les impuso la obligación de adorarle, puede invocar a su favor diversos indicios bíblicos (como Lc 2, 8-15. Jn 8, 44. 1Jn 3, 8. Heb 1, 6. Gál 4, 4. 1Tim 3, 16) y, particularmente, al Apocalipsis (12, 3-4). Y apareció otra señal señal en el cielo: frente a la “mujer” que va a alumbrar se presenta un enorme dragón de un rojo encendido, que tenía siete cabezas y diez cuernos y, sobre sus cabezas, siete diademas (Ap. 12, 3). Su cola barre la tercera parte de las estrellas del cielo (es decir a los ángeles) y las arroja a la tierra (Ap. 12, 4). Este “dragón” con sus rebeldes nos hace pensar que el misterio de la Encarnación del Verbo fue revelado a los ángeles desde su creación. Los ángeles se dividieron enseguida en dos bandos: algunos (un tercio), con Lucifer a la cabeza (el “dragón”), rehusaron adorar al Verbo encarnado y fueron arrojados al infierno; por el contrario, los otros, con el arcángel Miguel a la cabeza, lo adoraron y fueron admitidos en la beatífica visión. Cfr. Roschini, Gabriel M., La vierge Marie dans l’oeuvre de Maria Valtorta, Kolbe & Pisano, 1984, nota 1, p. 90 (existe también una edición española : Roschini, Gabriel María, Nuestra Señora en los escritos de María Valtorta, s/e, s/l, 1974).. Quería ser adorado. Logró atraer a su bando a una gran cantidad de ángeles. Luego hubo un combate y Satanás, así como los otros ángeles malvados, fueron arrojados del cielo. Sin embargo, aquel al que se denomina también como Belial no “bajó los brazos”. La antigua Serpiente se convirtió en el adversario, en el acusador, en el enemigo. Desde que Dios creó al hombre, Satanás no ha cejado en su empeño: la división entre los seres (lo contrario al amor y a la unión fraterna) y la muerte de la divina obra, es decir, de la creación. Verdaderamente, personifica la negación de Dios. Mientras que Dios es Verdad, Satanás es mentira. Mientras que Dios es la Vida, Satanás sólo es muerte. Mientras que Dios es Amor, Satanás no es mas que odio.
Ange des ténèbres Pero es tan sólo un ángel caído, y sería erróneo concederle poderes sobrenaturales. No los tiene. Satanás, por sí mismo, no puede hacer nada en contra del hombre, salvo tentarlo por todos los medios con el fin de arrastrarlo al pecado y separarlo de Dios. Es por ello que no debemos ver al diablo en todas las obras o acontecimientos que no son forzosamente agradables en la vida. Si estoy dando un paseo en bicicleta y se me pincha un neumático, no tengo por qué ver en ello la mano de Satanás, sino que sucede porque el neumático estaba usado, o porque la rueda de mi bici ha chocado con algún objeto cortante. No hay nada de satánico en eso. Por el contrario, si veo dos personas, dos naciones o hasta dos etnias que están divididas y se despedazan unas a otras, entonces podemos ver la influencia de Satanás. Jamás olvidemos que el demonio es el divisor, y es en esa división que percibimos su obra.
Ya que Satanás no puede hacer nada contra el hombre por sí mismo, lo tienta para atraerlo a las malas acciones. Antes de indicar la manera como procede Jesús para resistir a las tentaciones de Belial, veamos un poco cómo Satanás se las arregla para tentarnos.

¿La benevolencia de Satanás?

Satanás se presenta siempre con un exterior simpático, bajo una apariencia inofensiva y, en todo caso, con un aspecto común y corriente. En realidad, sigue constantemente un esquema idéntico en las tentaciones que provoca. Las tentaciones que hizo a Cristo, que recapitulan todas las formas de tentación (Lc 4, 13), siguen así el mismo esquema de aquellas que fueron hechas a Adán y Eva. Vamos a detenernos por unos instantes en estas formas de tentación con el fin de conocerlas mejor y, del mismo modo, aprender a resistirlas.
Los dos caminos que comúnmente sigue el demonio para acceder a las almas, pues son éstas las que le interesan, son la atracción carnal y la glotonería, glotonería en su sentido más despectivo, es decir, la intemperancia, el hambre insaciable. Efectivamente, Satanás comienza siempre por el lado material de la naturaleza. Es lo que hizo con Adán y Eva: «¿Conque os ha dicho Dios: “No comáis de ningún árbol del paraíso?” Respondió la mujer a la serpiente: “Del fruto de los árboles del jardín podemos comer; pero del fruto del árbol que está en medio del jardín dijo Dios: “No comáis del él, so pena de muerte” (Gn 3, 1-3)». «Vio la mujer que el árbol tenía frutos sabrosos y que era seductor a la vista (...) y comió» (Gn 3, 6). Y hoy en día, ¿cuántas veces no estamos sometidos a la tentación por medio de imágenes viles, o incluso por la profusión de productos de consumo, siempre más indispensables que nuestro bienestar personal? Cuando estamos bien conscientes de lo que está en juego, a saber, nuestra alma, comprendemos mejor los términos, en apariencia rígidos, de Francisco en su Carta a los fieles (en el capítulo que trata de aquellos que no hacen penitencia): «Por el contrario, todos aquellos (...) que viven en el vicio y el pecado, y van tras la concupiscencia y los malos deseos (...) y sirven corporalmente al mundo con los deseos carnales, las preocupaciones y afanes de este mundo y las preocupaciones de esta vida, engañados por el diablo, cuyos hijos son y cuyas obras hacen, son unos ciegos, pues no ven al que es la luz verdadera, nuestro señor Jesucristo (...) Mirad, ciegos, engañados por nuestros enemigos, es decir: la carne, el mundo, el diablo, que al cuerpo le es dulce cometer el pecado y amargo servir a Dios...» * 2CtaF 3, 63-69.. La virtud que debemos cultivar para resistir a esta forma de tentación es la pureza * «Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios» (Mt 5, 8). Esta bienaventuranza se logra ya en la tierra. Aquellos cuyos sentidos no son turbados por el pensamiento, “ven” a Dios y lo escuchan, lo siguen y lo muestran a los demás., incluso si el mundo se burla de aquellos que son puros * Aquellos mancillados por la impureza atacan a los que son puros. Por ejemplo Juan el Bautista, que será víctima de la lujuria de dos seres depravados (Mc 6, 17-29).. Cuando Satanás ha demolido y dominado el lado material de la naturaleza, entonces dirige su ataque a la parte superior: al lado moral y, finalmente, al espíritu.
Adam et Eve jardin d'Eden
El lado moral: es el pensamiento codicioso y orgulloso. También en esto, la semejanza entre el pecado original y la tentación de Jesús en el desierto es impactante. «Dijo la serpiente a la mujer: “No, no moriréis. Al contrario, Dios sabe que el día que comáis de él se os abrirán los ojos y seréis como Dios, conocedores del bien y del mal”. Vio la mujer que el árbol era (…) codiciable para conseguir sabiduría; tomó de sus frutos y comió, y dio también a su marido, que estaba con ella. Y también él comió» (Gn 3, 4-6). Aquí vemos bien la ambición de la primera pareja: «conocer el bien y el mal», así como ese loco orgullo de «llegar a ser como Dios». Jesús, por su parte, no fue menos tentado. Pues si la primera tentación fue hecha al joven hombre que padecía hambre, la segunda tentación se enfocaba a la seducción del Mesías. El motivo evocado por el diablo no era más que un pretexto: la conversión de los hombres por medio de la realización de un milagro «deslumbrante». En realidad, con esto incitaba a Jesús a glorificarse a sí mismo como el Mesías, y así arrastrarlo a otra concupiscencia: la del orgullo. Tengamos bien presente que la virtud que debemos cultivar para resistir a esta forma de tentación es la humildad.
El espíritu: es la más horrible de las tentaciones pues, si sucumbimos a ella, provoca una grave ruptura entre el hombre y Aquel que lo ha creado. Y Dios, jamás lo repetiremos lo suficiente, es Amor. La ruptura provocada por esta tentación arranca del corazón del hombre el amor y el temor de Dios. En el jardín del Edén, la serpiente acusa a Dios de ser, al mismo tiempo, mentiroso y calculador. Además, lo hace muy sutilmente: «No, no moriréis. Al contrario, Dios sabe que el día que comáis de él se os abrirán los ojos y seréis como Dios». El que Adán y Eva den crédito a esta vil mentira de la serpiente significa el inicio de la ruptura. Dudan de Dios. Creen que Dios les ha mentido, Él, que no es más que Verdad. De hijos de Dios, se convierten en hijos del diablo y adoptan los mismos vicios, sobre todo el de la mentira y el de la acusación del prójimo. Es entonces cuando desaparece el amor que hay en sus corazones y el temor de Dios, a tal punto, que incluso le acusan de ser, en parte, responsable de la falta cometida. Retomemos el texto del Génesis en el momento en que Dios pregunta: «¿Quién te ha hecho saber que estabas desnudo? ¿Es que has comido del árbol que te prohibí?» Ante esta pregunta, el hombre acusa de su falta a dos personas: a su prójimo y a Dios. Él no se tiene por responsable: «La mujer que me diste por compañera me dio del árbol, y comí». Con esta frase, Adán recrimina a Dios por haberle dado una compañera, pues si Dios no le hubiera dado a esa mujer, entonces, según él, no habría tenido problemas. En este relato del pecado original, Satanás, perdonando la expresión, ha ganado por todo lo alto. Tentó a la primera pareja, creada a imagen y semejanza de Dios, para matar el amor, para separar al hombre de su Creador y fomentar una división en el seno de la pareja. Con esta primera pareja, logrará su cometido * Y no solamente con la primera pareja. El pueblo bíblico va a sucumbir frecuentemente a estas tentaciones y a dudar de su creador, quien sin embargo le envía alimento (por ejemplo, el maná y las codornices, Ex 16, 1-16), suministros de agua, etc. Y a pesar de ello, el pueblo adorará al becerro de oro (Ex 32).. El tentador perseguirá un objetivo idéntico con Jesucristo: «El diablo lo lleva entonces a la cima de un alta montaña, le señala todos los reinos del mundo con su gloria y le dice: “todo esto, te lo daré, si te inclinas ante mí y me adoras”». Finalmente, el demonio tienta a Jesús con el oro. El oro, esa llave que abre tantas puertas, ese medio de corrupción, ese alfa y omega de tantos actos humanos. Por el hambre y las mujeres, el hombre se vuelve ladrón. Por orgullo y amor al poder, el hombre llega hasta al homicidio. Pero por el oro, se vuelve idólatra. Y Satanás ofreció oro a Jesús para que lo adorara. Pero Jesús lo traspasa con estas palabras eternas: «Adorarás al Señor tu Dios y sólo lo servirás a Él». La virtud que debemos practicar para resistir a esta forma de tentación es la caridad * La caridad es una virtud teologal. Es el Amor a Dios y al prójimo..
Tras haber visto el objetivo perseguido por el adversario y sus astucias para alcanzarlo, analicemos más detalladamente cómo procede Jesús para resistir a las diferentes tentaciones a las que lo somete Satanás.

El comportamiento de Jesús ante Satanás

Silencio y oración.
Silencio, pues es inútil discutir con Satanás. Es hábil en su dialéctica y saldría victorioso de una discusión. Jesús no interviene más que cuando Satanás insinúa que él es Dios y utiliza para convencerlo la palabra divina. Recurrir a Dios, pero no con palabras inscritas en papel sino en los corazones, es el modelo que Jesús nos propone.
La oración. Hay que reaccionar a las seducciones del Maligno por medio de la oración dirigida a Dios, pues la oración nos une a Él y reaviva su fuerza en el corazón del hombre.
Así, cuando tenemos la voluntad de vencer a Satanás, la fe en Dios y en su ayuda, la fe en el poder de la oración y en la inherente bondad del Señor impiden que Satanás nos haga cualquier mal.
Es precisamente en oración como vamos ahora a reencontrar al joven Francisco Bernardone, al correr del invierno de 1205...

El llamado escuchado por Francisco

San Damián

François d'Assise Saint Damien
Sobre todo tras el episodio del encuentro con el leproso, a Francisco le agrada retirarse en solitario para orar. Le gusta particularmente una capillita que conoce desde su más tierna infancia. Se encuentra situada a pocos centenares de metros de la ciudad de Asís y no es frecuentada más que por muy raros fieles. Al orar en esta capillita dedicada a san Damián, Francisco se une a Dios. Pasa horas y horas ante el crucifijo, en silencio. Es evidente que viene a esta capilla para orar pues, francamente, cuando se ve su estado semiderruido, nadie pensaría que viene para entrar en calor: cuando llueve, el agua permea el tejado, y el viento penetra a través de los agujeros que ha abierto el chorreo constante del agua en las paredes. Y sin embargo, a pesar del frío y la penumbra que reinan en este santuario, Francisco está ahí. Reza intensamente desde hace algunas horas y, de pronto, una voz rompe el silencio: «Levántate, Francisco, y repara mi casa que, como puedes ver, se cae en ruinas». Francisco está estupefacto. Esta voz que acaba de oír proviene del crucifijo cuyos labios ha visto moverse. Francisco tiembla de pies a cabeza, pues su sorpresa y su estupefacción son enormes. Imaginad: en esta capilla, nunca se oía a nadie, porque estaba prácticamente abandonada por todos. Y hete aquí que de pronto escucha a alguien dirigirse a él, y ese alguien, ¡es el crucifijo! Sin embargo, nadie le ha gastado una broma para divertirse. Él ha visto los labios del crucifijo moverse y pronunciar esta curiosa invitación: «Levántate, Francisco, y repara mi casa que, como puedes ver, se cae en ruinas». No, no es el frío lo que hace temblar a nuestro pequeño Francisco; es el temor de Dios, así como cuando Moisés se cubrió el rostro al oír la voz de Dios hablarle a través de la zarza ardiente: «Yo soy el Dios de tu padre, el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob» (Ex 3, 6). Francisco se siente como extraviado, incapaz de hablar. Después observa los hoyos en el tejado, esas goteras que dejan pasar el agua. Ve los muros que se derrumban, esas paredes agujereadas que dejan pasar el frío. Reparar la casa que se cae en ruinas... Reparar la casa que se cae en ruinas... Estas palabras vuelven sin cesar a su espíritu. A partir de ahora, Francisco no tendrá más que un deseo: reparar la casa que se cae en ruinas. Es lo que hará, por lo demás. Francisco va a obedecer y a concentrar todas sus fuerzas en ejecutar las palabras del crucifijo.

El hombre nuevo

Pero para reparar una capilla, hacen falta un mortero, ladrillos, herramientas. En fin, ¡hace falta dinero!, que es precisamente lo que no tiene. Francisco va a comenzar por buscar dinero donde siempre consiguió para organizar fiestas con sus amigos, donde, algunos meses antes, también consiguió para armarse como caballero: en la casa paterna. Toma algunos paños, los vende y da el dinero al sacerdote que cuida la capilla. Este último, prudente y avisado, rechaza el dinero que Francisco le propone. Pertinente prudencia, pues Pedro Bernardone, que hasta ese momento siempre había cerrado los ojos ante los derroches de su hijo mayor, se resiste con violencia a este nuevo gasto. Tras haber atrapado a su hijo Francisco, lo arrastra ante el obispo de Asís para exigir una reparación, es decir, un reembolso. No lo hace tanto, tal vez, por codicia de la suma en juego, sino por la voluntad de François d'Assise dépouillement devant l'Evêque
encauzar a su hijo en la vía que él le ha trazado. Sin embargo, los acontecimientos no se van a desarrollar según sus deseos. Ante la sala repleta del tribunal eclesiástico presidido por el obispo de Asís, Francisco no tan solo devuelve a su padre el dinero objeto del litigio, sino que además se despoja completamente de sus ropas diciendo: «Desde ahora diré con libertad: ¡Padre nuestro, que estás en los cielos!, y no padre Pedro Bernardone, a quien no sólo devuelvo este dinero, sino que dejo también todos los vestidos. Y me iré desnudo al encuentro del señor» * 2C 12.. Por medio de este gesto que conmovió a más de uno entre los asistentes, Francisco testimonia no solamente el cambio espiritual que se opera en él, sino también el profundo cambio social que esto conlleva. Con este acto y estas palabras, Francisco renuncia públicamente a la futura herencia de los bienes familiares.
A partir de ese momento, Francisco toma el hábito de eremita: un rudo paño, los pies apenas cubiertos, bastón en mano y una correa de cuero. Sin embargo, hay algo que lo distingue de otros eremitas: vuelve frecuentemente a la ciudad a mendigar para conseguir piedras para la restauración de la capilla de San Damián y aceite para las lámparas de la iglesia. Muchas personas lo miran, un poco enternecidas. Pero muchos otros lo desprecian y se burlan de él. ¡Imaginad! ¡Él, el hijo de un notable de Asís, ir de puerta en puerta mendigando piedras, cuando no pan para alimentarse! No, verdaderamente, ¡ja, ja, ja, es muy divertido! Este hecho, que es mucho más fácil contar que vivir, merece destacarse: Francisco
Francisco de Asís
hace lo que Dios le pide, al menos tal como lo entiende, ante todas las personas que lo han visto nacer y crecer. Sí, el tiempo de la restauración de los edificios religiosos, que dura de 1206 a 1208, es un período difícil para Francisco. Esta época le enseña a manejar sus sentidos: los «guisos» que recibe en el transcurso de sus mendicidades muchas veces le dan asco, ya que el “galimafrée” * Platillo medieval compuesto con restos de carne y otras vituallas. N. del T.en cuestión parece más bien destinado a las gallinas o a los puercos. Este tiempo también le enseña la renunciación de su pequeño “yo” tan personal: un día que va a mendigar aceite llega ante un grupo de jugadores, probablemente antiguos amigos suyos, y retrocede, rojo de vergüenza. Pero cambia de idea y, presentándose ante la asamblea, confiesa públicamente su falta.
En cuanto la iglesia de San Damián ha sido restaurada, Francisco se pone a reparar un segundo edificio, la iglesia de San Pedro; luego un tercero, la capilla de Porciúncula, dedicada a la Virgen María * Tomás de Celano nos precisa: «dedicada a la bienaventurada Virgen Madre de Dios ...», 1C 21.. Francisco explica en su testamento esta fe en las iglesias: «Y el Señor me dio una fe tal en las iglesias, que así sencillamente oraba y decía: Te adoramos, Señor Jesucristo, también en todas tus iglesias que hay en el mundo entero, y te bendecimos, pues por tu santa cruz redimiste al mundo» * Test 4-5.. Es luego de terminar la restauración de esta tercera capilla que se produce un nuevo acontecimiento de gran importancia.

El Evangelio

Estamos a 24 de febrero de 1209, día de la fiesta de San Matías * O tal vez a 12 de octubre de 1208, día de la fiesta de San Lucas., y Francisco asiste a la misa en esta capilla de Porciúncula cuya restauración acaba de terminar. Las palabras del Evangelio que lee el sacerdote lo impresionan. He aquí aquella página del Evangelio:
«Y convocando a sus doce discípulos (...) los envió Jesús, con estas instrucciones: (...) predicad que el reino de los cielos está cerca. Curad enfermos, resucitad muertos, limpiad leprosos, arrojad demonios, gratis lo recibisteis, dadlo gratis. No os procuréis oro, ni plata, ni monedas de cobre para vuestros cinturones; ni alforja para el camino, ni dos túnicas, ni sandalias, ni bastón; que el obrero merece su sustento.
Cuando entréis en una ciudad o aldea, informaos de quién hay de confianza en ella, y alojaos allí hasta el momento de partir. Al entrar en la casa, dirigidle el saludo de la paz. Si la casa lo merece, descienda vuestra paz sobre ella; pero si no lo merece, vuélvase a vosotros vuestra paz...» (Mt 10, 1-13).
Estas palabras, ya las había escuchado varias veces, pero nunca las había comprendido como hasta hoy. Y Francisco exclama entusiasmado: «Esto es lo que yo quiero, esto es lo que yo busco, esto es lo que en lo más íntimo del corazón anhelo poner en práctica» * 1C 22..
Francisco de AsísY «rebosando de alegría, se apresura inmediatamente el santo Padre a cumplir la doctrina saludable que acaba de escuchar; no admite dilación alguna en comenzar a cumplir con devoción lo que ha oído. Al punto desata el calzado de sus pies, echa por tierra el bastón y, gozoso con una túnica, se pone una cuerda en lugar de la correa. (...) Todo lo demás que había escuchado se esfuerza en realizarlo con la mayor diligencia y con suma reverencia. Pues nunca fue oyente sordo del Evangelio sino que, confiando a su feliz memoria cuanto oía, procuraba cumplirlo a la letra sin tardanza» * Ibidem..
Sin embargo, en esta fresca mañana de febrero, con el corazón iluminado por el Evangelio que acaba de escuchar, Francisco está muy lejos de sospechar la importancia de su descubrimiento para el porvenir de la Iglesia. No piensa ni en los herejes ni en la cruzada que el Papa se dispone a lanzar contra ellos. Sólo le importa responder personalmente al llamado del Señor. Y no obstante, decidiéndose a seguir este texto al pie de la letra, realiza un acto de inmenso alcance: se compromete a seguir una nueva vía que será la del encuentro del Evangelio con el nuevo mundo de las villas. A decir verdad, es toda su época la que esa mañana, a través de él, recibe el Evangelio en pleno corazón y exclama: «¡Esto es lo que yo quiero, esto es lo que yo busco...!».
Dejemos al hermano Eloi LECLERC comentarnos los tres aspectos que se desprenden con fuerza de este texto y que arrancan a Francisco de su vida ermitaña lanzándolo a los caminos, al encuentro de los hombres y de la historia * Con ciertos arreglos, los comentarios que siguen y algunos de los precedentes están extraídos del capítulo 5 del libro de Leclerc, Eloi, François d’Assise. Le retour à l’Evangile, op. cit. (El retorno al Evangelio)..

Jesús los envió en misión

En una cristiandad sólidamente instalada y consagrada a la inmovilidad del sistema feudal, este Evangelio resuena extrañamente como una llamada al movimiento, a la vida itinerante. Los discípulos son invitados a ponerse en camino y a recorrer el mundo, tal como lo hacían los comerciantes ambulantes de la época. A decir verdad, hacía falta ser comerciante o ser hijo de comerciante para oír este llamado con toda su novedad y actualidad. El hecho es que, tras la lectura de ese texto, Francisco tiene muchas ganas de caminar; no tiene más que un deseo, un apremio: partir, recorrer el mundo a grandes zancadas paradisíacas. En una Iglesia estática bajo el peso de sus inmensos bienes raíces y que tiene, verdaderamente, los pies de plomo, Francisco descubre la ligereza y el júbilo de la marcha, el estremecimiento de la juventud, la alegre impaciencia del mensajero. Al mismo tiempo, renuncia a toda instalación territorial, vuelve la espalda a todo domicilio fijo, a todo feudo. Rompe con el sistema político-religioso de su tiempo, aquel de los señoríos de la Iglesia y de los “beneficios”. Redescubre el Evangelio como un movimiento de Dios hacia los hombres. En fin, encuentra su misión.

Ni oro, ni plata

Es también en el contexto de la época que la exigencia de la pobreza, formulada por Cristo en aquellas líneas, adquiere toda su relevancia y toda su ironía: «No os procuréis oro, ni plata... ». ¡Oro y plata! En este siglo del retorno al oro y a la plata. ¡Dios sabe cómo esas palabras resonaban en los oídos de Francisco! Él, hijo de un mercader de telas de lujo, conocía bien el lugar que la preciosa moneda tenía en la nueva sociedad. Y no solamente en la vida económica, donde jugaba un papel crucial en los intercambios, sino también en la vida social, en el plano de las relaciones humanas. Los hombres eran cada vez más apreciados en función de sus haberes contantes y sonantes. Las relaciones humanas se convierten en relaciones de dinero. Nuevos símbolos de riqueza, el oro y la plata se imponen como el nuevo instrumento del poder, así como lo fue la tierra en la antigua sociedad feudal. Quienes los poseían dominaban a los demás. Los ducados y los florines estaban en primera fila. Eran ellos quienes transformaban el movimiento burgués y su ideal de asociación en una serie de rivalidades y conflictos entre ciudades; eran ellos también los que engendraban, en el seno de cada villa, las nuevas desigualdades sociales y las nuevas formas de opresión. Donde reinaba el oro y la plata, terminaba la fraternidad entre los hombres.
Entonces, era menester tomar muy en serio la exigencia evangélica. Era necesario seguirla al pie de la letra. Francisco iría al mundo de las villas, al mundo de los comerciantes, de los cambistas y de los banqueros, pero, como verdadero discípulo de Cristo, rechazaría tenazmente pactar con el nuevo ídolo. Sólo con esta condición podría anunciar la Buena Nueva.
¿Y cuál sería esta Buena Nueva?

La paz mesiánica

Jesús dijo a sus discípulos: «Y en la casa en que entréis, decid primero: “Paz a esta casa”. Y si allí hay alguien que merece la paz (algún hijo de la paz), se posará sobre él vuestra paz; pero, de lo contrario, retornará a vosotros» (Lc 10, 5-6). ¡La Paz! He aquí el mensaje. Evangelizar es ante todo anunciar la paz, la gran Paz mesiánica, la que reconcilia a los hombres con Dios y que debe también reconciliar a los hombres entre ellos, transformando sus relaciones, liberándolos de toda servidumbre. Esta paz sólo puede ser anunciada por hombres sin codicia y purificados de todo deseo de poderío. El mundo de los hombres es un campo de lucha. El mensajero del Evangelio no debe aparecer como un rival o como un competidor en la carrera por la riqueza o el poder. La pobreza, y sólo la pobreza, es el camino que lo conducirá a una comunión fraterna con todos los hombres y, en primer término, con los desheredados.
Este es el Evangelio que, en cuanto lo escuchó, Francisco puso en movimiento. «Recorría ciudades y castillos -nos cuenta Tomás de Celano-, anunciando el reino de Dios, predicando la paz...» * 1C 36.. Comenzaba cada uno de sus sermones con este voto de paz: «El Señor os dé la paz». Esta paz, la ofrecía siempre con convicción a los hombres y a las mujeres, a todos aquellos que lo buscaban o que se cruzaban en su camino. El feliz resultado fue que, con ayuda la del Señor, muchos de aquellos que, rebeldes a la paz, eran enemigos de su propio bienestar, abrazaron la paz de todo corazón y se convirtieron ellos también en hijos de la paz. * 1C 23.
Hasta el final de su vida, Francisco permanecerá fiel a esta misión de paz. Un testigo, el archidiácono Tomás de Spalato, nos relata en vivo la predicación evangélica de Francisco: «Este mismo año (el de 1222) residía yo en la casa de estudios de Bolonia, y el día de la Asunción de la Madre de Dios vi a San Francisco cuando predicaba en la plaza, delante del palacio público; habían acudido allí casi todos los habitantes de la ciudad (...) No se atenía a los recursos de la oratoria, sino que predicaba en forma de exhortación. Todo el contenido de sus palabras iba encaminado a extinguir las enemistades entre los ciudadanos y a restablecer entre ellos los convenios de paz. Desaliñado en el vestido, su presencia personal era irrelevante, y su rostro nada atrayente. Pero con todo, por la mucha eficacia que sin duda otorgó Dios a sus palabras, muchas familias de la nobleza, que desde antiguo se habían tenido entre sí un odio tan feroz que les había llevado muchas veces a mancillarse con el derramamiento de sangre, hicieron entonces las paces». * Spalato, Tomás de, Historia Salonitanorum, MGH, XIX, 580 Lemmens, Testimonia minora, p. 10, en José Antonio Guerra, San Francisco de Asís. Escritos. Biografías. Documentos de la época, «Testimonios extraños y otros fragmentos», 4, op. cit., p. 963.
Francisco de Asís

La renovación evangélica

En el testimonio precedente vemos que Francisco, en su predicación, se dirige sin distracciones a lo que le parece esencial: las relaciones de los hombres entre ellos. Es gracias a estas relaciones que el evangelio entra en las vidas. No puede haber renovación evangélica sin un cambio en las relaciones humanas. Ante todo, hay que derrumbar el muro de odio, de desprecio, de indiferencia, que separa a los hombres de una misma ciudad, de un mismo país, e instaurar entre ellos una verdadera fraternidad.
Ahora, ¿qué hace Francisco para lograr este resultado? No enmascara los conflictos; tampoco los ahoga en una mística vaporosa y desencarnada. Conoce las profundas aspiraciones del hombre de su tiempo respecto a las nuevas relaciones sociales. Y es precisamente en estas aspiraciones en quien confía. Al dirigirse a todos los habitantes de una misma ciudad los invita, nos dice Tomás de Spalato, a «restablecer entre ellos los convenios de paz», un nuevo pacto social. Este hijo de la villa sabe de lo que habla.
La paz que Francisco predica no se reduce, como podemos ver, a un estado anímico. No hay paz efectiva y duradera más que en el respeto de los derechos de cada uno, derechos reconocidos e inscritos en una carta, un tratado o un protocolo. Estamos en los tiempos de las declaraciones de libertad. Francisco vuelve a la primera inspiración de las villas: al espíritu de asociación y de fraternidad. Pero lo hace insuflandoun nuevo soplo a la joven sociedad de las ciudades.
Francisco de Asís
¿Y cuál es ese soplo capaz de derrumbar los muros que separan a los hombres y de acercarlos unos a otros? Lo primordial de toda acción evangélica, así como su mejor criterio de autenticidad, será siempre el mostrar con toda claridad lo que la Buena Nueva contiene de sorprendente, incluso de escandaloso, ante los ojos de todo el mundo, a saber: Dios, a través de su Hijo, ha querido entablar relaciones con los pecadores, con los excluidos, con los réprobos; está en busca de aquellos que estaban perdidos, se acerca a los más alejados, se hace su amigo y come con ellos como símbolo de reconciliación. Esta es la esencia de la Buena Nueva. Pero tal mensaje no puede ser tan sólo objeto de discurso; no se puede pregonar desde lo alto de un púlpito o de una tribuna. Se libra a través de un comportamiento, en el compromiso de una existencia. Se expresa en la sensibilidad y en la atención cotidiana a la miseria humana. Se transmite en la amistad, esa suerte de fraterna complicidad. Y esto es precisamente lo que los contemporáneos de Francisco descubrieron en él. Este hombre de Dios no se ponía por encima de ellos. «Aparecía como uno más entre los pecadores» * 1C 83., nos dice Tomás de Celano. Era verdaderamente su amigo. Y con esta amistad, tanto los hombres menos recomendables como los excluidos comprendieron que Dios estaba cerca de ellos: nadie era rechazado. Súbitamente tuvieron la certidumbre de que, no obstante toda su miseria, Dios también los amaba a ellos, de que se habían reconciliado con Él. A aquellos hombres perturbados por esta revelación, Francisco podía decirles: «Él os ha perdonado; haced lo mismo. Acogeos unos a otros como Él os ha acogido».

La casa reconstruida

Cuando Francisco comienza a recorrer Umbría para anunciar la Buena Nueva, el norte de Italia está infestado de sectas, en particular de cátaros. El joven predicador no ataca de frente a los herejes; no pierde el tiempo en polémicas. Pero movido por el Espíritu, se dirige espontáneamente a la esencia evangélica, revelando ante los ojos de todos aquello que había tocado y conmovido lo más íntimo de su ser: la insondable humanidad de Dios. Y entonces sucedió algo único: sin violencia, sin cruzada, sin Inquisición, las sectas desaparecieron de Italia, «como pájaros nocturnos huyendo ante los primeros rayos del sol». ¡Ah!, el señor hermano sol, a través de quien nos das, Tú el Altísimo, el día y la luz. Es bello y radiante con gran esplendor y por Ti, nos invita cada día a vivir el Evangelio.

Vivir el Evangelio

Ahora vamos a descubrir los dos artículos que constituyen el núcleo de nuestra regla.

Artículo 4

La Regla y la vida de los franciscanos seglares es ésta: guardar el santo Evangelio de nuestro Señor Jesucristo siguiendo el ejemplo de San Francisco de Asís, que hizo de Cristo el inspirador y centro de su vida con Dios y con los hombres * I Cel. 18,115.Cristo, don del amor del Padre, es el Camino hacia Él, es la Verdad en la cual nos introduce el Espíritu Santo, es la Vida que Él ha venido a traer abundantemente * Jn 3,16; 14,6.Los franciscanos seglares dedíquense asiduamente a la lectura del Evangelio, y pasen del Evangelio a la vida y de la vida al Evangelio * Apost. Act.(AA)30,h.

Vemos así que el artículo 4 se compone de tres partes: tras la definición de lo que implica nuestra Regla de vida, «guardar el santo Evangelio», reconocemos los calificativos que Jesús se otorga a sí mismo: «Yo soy el Camino, la Verdad, la Vida». De hecho, iniciaremos el análisis de este artículo estudiando estos términos. Continuaremos con el Evangelio y finalmente terminaremos con la admonición práctica que cerrará estas cuantas líneas.

Yo soy

En los Evangelios encontramos más de cincuenta frases * De las cuales más de cuarenta se encuentran en Evangelio según san Juan. donde Cristo se expresa a través de las construcciones “Yo soy”, “Soy” o incluso “Yo soy el que soy”. Estos Ego Eimi se presentan bajo dos formas: como términos absolutos o como calificativos. Antes de abordar las nociones “Camino, Verdad, Vida”, detengámonos unos instantes en esta revelación de la esencia divina de Jesús que encontramos en los Evangelios: “Yo soy”.
Recordemos que en el capítulo I de este manual, en la parte que se refiere a la Encarnación, aprendimos que la reconciliación entre Dios y los hombres se realiza a través de Cristo, Hijo de Dios, o dicho de otra forma, por medio de Dios hecho hombre. Ahora, Jesús no revela de manera brutal su filiación divina a sus apóstoles y a los hombres al principio de su predicación. Lo va a hacer gradualmente y, muchas veces, incluso de manera enigmática. Observemos y escuchemos tres situaciones que se encuentran en los Evangelios en las que Jesús se nos revela como Dios y escojamos, de entre las actitudes adoptadas por sus contemporáneos, la que seguiremos nosotros.
Jesús plantea esta pregunta a sus discípulos: «“¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del Hombre?”. Ellos respondieron: “unos que Juan el Bautista; otros que Elías, y otros que Jeremías o uno de los profetas”. Díseles él: “Pero vosotros, ¿quién decís que soy yo?”. Tomando la palabra Simón Pedro dijo: “Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios vivo”. Jesús le respondió: “Bienaventurado eres tú, Simón, hijo de Jonás, porque ni la carne ni la sangre te lo han revelado, sino mi padre que está en los cielos» (Mt 16, 13-17). Muchas veces, no apreciamos con toda justicia esta profesión de fe de Pedro. Adentrémonos un poco en el contexto. Pedro acompaña a un hombre, llamado Jesús, desde hace ya varios meses. Este hombre realiza obras prodigiosas, pronuncia discursos extraordinarios, es verdad, pero ante los ojos de todos aparece como un hombre, simplemente como un hombre. Y Pedro profesa que él es el Cristo, el Hijo del Dios vivo; afirma que este hombre que los ha escogido «es Dios». Respecto a esta profesión de fe de Pedro, Cristo subraya que la revelación le viene del Padre que está en los cielos. «Por la fe, el hombre (Pedro en este caso) somete completamente su inteligencia y su voluntad a Dios. Con todo su ser, el hombre da su asentimiento a Dios que revela... » * CIC 143.. Desafortunadamente, no todos aquellos que estuvieron en contacto directo con Jesucristo adoptaron esta actitud.
Jésus-Christ
En el Evangelio según san Juan encontramos, en el pasaje que refiere la advertencia a los judíos incrédulos, tres afirmaciones pronunciadas por Cristo respecto a su naturaleza divina. «Os he dicho que moriréis en vuestros pecados, porque en vuestros pecados moriréis si no creéis que yo soy el que soy» (Jn 8, 24). “Yo soy” es el nombre divino revelado a Moisés (Ex 3, 14), y significa que el Dios de Israel es el único y verdadero Dios (Dt 32, 39). Pero para el auditorio de la época, tal argumentación parece muy enrevesada. «Y que su sentido profundo haya escapado casi completamente al público inmediato, es lo que explica la pregunta que éste se plantea poco después, no sin cierta impaciencia: “Entonces ¿quién eres?”. La respuesta que da Cristo ante la exigencia de una explicación (“En primer lugar, el que os he dicho”) manifiesta su férrea voluntad de dejar en penumbras a las almas incapaces de soportar la claridad» * Feuillet, André, Les EGO EIMI Christologiques du quatrième évangile, Recherches de Sciences Religieuses, 1966, p. 17. . Luego se entabla la discusión y lanza esta segunda afirmación: «Cuando levantéis en alto al Hijo del hombre, entonces conoceréis que yo soy el que soy y que nada hago por mi cuenta...» (Jn 8, 28). ¡Claro! Luego de inmolarlo en la cruz, comprenderán quién es... Aquel a quien Dios había enviado para salvarlos. Tendrán que entenderlo cuando su pueblo sea aniquilado, cuando se vean dispersados entre los gentiles, presurosos por creer en Jesús. La conversación entre los judíos incrédulos y Jesús termina con una nueva revelación: «De verdad os aseguro: antes que Abraham existiera, yo soy». En ese momento, los judíos «tomaron piedras para lapidarle» (Jn 8, 58-59). Esto nos demuestra que su público ha comprendido muy bien lo que dice Jesús. La pretensión de Jesús de una existencia divina es, ante los ojos de los judíos, una blasfemia que bien merece la lapidación. Y es además esta afirmación del Hijo de Dios lo que determinará su condena a muerte: «...el sumo sacerdote le pregunta y le dice: “¿Eres tú el Cristo, el Hijo del Bendito?”. Jesús respondió: “Sí, lo soy” (...) Entonces el sumo sacerdote, rasgando sus vestiduras, exclama: “Qué necesidad tenemos ya de testigos? Acabáis de oír la blasfemia. ¿Qué os parece?”. Todos ellos sentenciaron que Jesús era reo de muerte» (Mc 14, 61-64).
No obstante, desde la muerte de Jesús en la Cruz, la certeza de su filiación divina fue profesada por los romanos: «Cuando el centurión y los que con él estaban custodiando a Jesús sintieron el terremoto y lo que pasaba quedaron sobrecogidos de espanto y decían : “Realmente, éste era Hijo de Dios”» (Mt 27, 54). Esos romanos, esos paganos, están conmocionados por los acontecimientos de los que son testigos. «Tal conmoción de la conciencia puede ser el comienzo de una evolución interior que culmina, bajo la acción de la gracia, en la absolución sacramental». * CIC 1453.

El camino

Destaquemos en primer lugar una observación que se revelará justa para los tres calificativos que Jesús se adjudica y que analizaremos a continuación: los tres son introducidos por un artículo definido singular. Yo soy el Camino, la Verdad, la Vida y no: yo soy un camino (entre tantos otros), una verdad (entre otras verdades) o una vida (entre muchas más). Crucifixion Jésus-Christ
Yo Soy el Camino. Pero, ¿qué es un camino? Y, ¿para qué sirve?
En sentido estricto, un camino es una ruta preparada para ir de un lugar a otro y, en sentido figurado, es una vía, un medio que conduce a una meta. Cristo es esa vía que nos conduce a la tierra prometida: «Yo soy Yahveh, tu Dios, que te he sacado de la tierra de Egipto, de la casa de esclavitud» (Ex 20, 2). ¡Ah! Qué ciertas se revelan estas palabras con Cristo. Nos saca de ese Egipto para llevarnos a una tierra prometida que no es Palestina, ¡sino el Cielo! El pecado está en nosotros y el pecado es la cadena con que Satanás nos aprisiona. Cristo vino a romper esa cadena en el nombre del Padre, y también por su propio deseo. Cristo vino para que se cumpliera la promesa que no había sido comprendida: «Te saqué de Egipto y de la esclavitud». Es con la venida de Cristo que esa promesa se cumple espiritualmente. El señor nuestro Dios nos saca de la tierra del ídolo que sedujo a nuestros progenitores, nos arranca de la esclavitud de la culpa, nos reviste de gracia, nos admite en su Reino * Valtorta, María, op. cit., vol. 2, cap. 119.. El reino es el lugar en el que somos invitados a permanecer. Cristo nos dice la víspera de su Pasión: «Y a donde yo voy, ya sabéis el camino» (Jn 14, 4). Recordemos la respuesta de Tomás: «"Señor, si no sabemos a dónde vas, ¿cómo vamos a conocer el camino?” Respóndele Jesús: “Yo soy el camino, la verdad y la vida. Nadie llega al padre, sino por mí”» (Jn 14, 5-6).

La Verdad

Yo soy la verdad. La pregunta que espontáneamente nos viene a la mente es la que dirigió Pilatos a Jesús: “¿Y qué es la verdad?” (Jn 18, 38).
En la pregunta de Pilatos, adivinamos una interrogante de naturaleza filosófica, no de naturaleza teológica. Pilatos es procurador romano. Es una persona culta. La verdad, para él, debe limitarse a la conformidad entre lo que se dice y lo que es. En sí, esto no es falso, y además Jesús emplea frecuentemente este término para comenzar alguna invocación cuya importancia desea subrayar: «En verdad, en verdad os digo...». Pero en boca de Jesús, este término define sobre todo a una persona: «Respondió Jesús: “Sí, soy rey. Para esto he nacido y para esto he venido al mundo: para ser testigo de la verdad. Todo el que es de la verdad escucha mi voz”» (Jn 18, 37). Podríamos traducir estas palabras por: “no he venido al mundo sólo para rendir homenaje a Dios. Todo el que es de Dios escucha mi voz”. Sí, no es audaz traducir “Verdad” por “Dios”, pues “Dios es la Verdad”. «Dios es la Verdad misma, sus palabras no pueden engañar. Por ello el hombre se puede entregar con toda confianza a la verdad y a la fidelidad de la palabra de Dios en todas las cosas. El comienzo del pecado y de la caída del hombre fue una mentira del tentador que indujo a dudar de la palabra de Dios, de su benevolencia y de su fidelidad» * CIC 215.. El espíritu Santo, a través de su acción permanente y su intervención en la vida sacramental, nos permite penetrar en la Verdad Divina.

La Vida

El hombre llama “vida” al tiempo en el que, criado por su madre, comienza a respirar, a alimentarse, a moverse, a pensar, a actuar; y denomina “muerte” al momento en el que cesa de respirar, de comer, de obrar, de pensar, de trabajar, cuando se convierte en un despojo frío e insensible, listo para entrar en la sepultura. Pero esta visión de las cosas no es exacta pues hay una confusión entre “vida” y “existencia”. Todo lo que acabamos de mencionar concierne a la existencia. Pero la vida no es la existencia y la existencia no es la vida. La vida no comienza con la existencia ni se acaba al mismo tiempo que la carne. La vida de la que habla Jesucristo no comienza en el seno materno. Comienza cuando, en el pensamiento de Dios, nace un alma, creada por Él, hecha para habitar algún cuerpo * Al respecto, encontramos en Jr 1, 4-5: «La palabra de Yahveh me fue dirigida en estos términos: Antes de formarte en el seno materno te conocí, desde antes que nacieras te consagré: profeta de las naciones te constituí».. «La vida comienza antes del nacimiento. La vida, luego, no tiene fin, porque el alma no muere, o sea, no se anula. Muere en su destino, que es el destino celeste, pero sobrevive en su castigo. Muere en este destino bienaventurado cuando muere en la Gracia. Esta vida, alcanzada por una gangrena cual es la muerte en su destino, dura por los siglos de lo siglos en la condena y en el tormento. Si, por el contrario, esta vida se conserva como tal, llega a la perfección del vivir y se hace eterna, perfecta, santa como su Creador» * Valtorta, María, op. cit., vol II, cap. 118..
Ahora comprendemos mejor el significado de las palabras de Cristo: “Yo soy la Vida”. Sí, Él es la vida porque es el origen de ésta, junto con el Padre y el Espíritu Santo, y es también el ser que nos permite conservarla por toda la eternidad. Distinguir vida de existencia nos permite también comprender otros muchos discursos de Cristo, donde igualmente se habla de vida, por ejemplo: «...el que haya perdido su vida por mi causa, la encontrará» (Mt 10, 39), lo que significa que cualquiera que haya perdido su existencia por su causa encontrará la vida eterna.
No podemos concluir este estudio sin citar a san Agustín:
¡Soy el Camino, la Verdad y la Vida! Con estas palabras, parece que Cristo nos dice:
¿Por dónde quieres pasar? Yo soy el Camino.
¿A dónde quieres llegar? Yo soy la Verdad.
¿Dónde quieres morar? Yo soy la vida.

El Evangelio y los evangelios

El artículo 4 de nuestra regla nos invita a VIVIR EL EVANGELIO. Antes de abordar el significado de la palabra “vivir”, veamos la semántica de la palabra Evangelio. Pues hablamos de vivir el Evangelio (en singular) cuando en general nos referimos a los cuatro evangelios. Y entonces, ¿cuál de los cuatro evangelios tenemos que vivir? Tal pregunta hace sonreír, pues todos adivinamos la debida respuesta. La palabra Evangelio, que significa «Buena Nueva», jamás designa un texto o un género literario del Nuevo Testamento. Se trata del anuncio del saludo que Jesús lleva a los hombres, saludo del cual Él es el epicentro. Y es hasta el siglo II de nuestra era que este término pasó a designar a cada uno de los cuatro textos que contienen el relato de la vida de Jesús en su paso por la tierra. Entonces, no debemos confundir el Evangelio (con mayúscula) con los evangelios de los que ahora hablaremos brevemente.
Evangélistes
Son cuatro evangelios que llevan cada uno, para distinguirlos, el nombre de su redactor. Sin embargo, y a pesar de las similitudes que frecuentemente los acompañan (sobre todo entre los primeros tres), cada redactor ha aportado un toque personal a su escrito. «Mateo escucha y argumenta; Marcos observa y narra: Lucas examina y expone; Juan revive y comunica» * Lagrange y Lavergne, Synopse des quatre Evangiles en français, Librairie Lecoffre J. Gabalda & Cie. Editeurs, 1993, p. 6.. Detengámonos algunos instantes en la profundización de este aspecto:
Sabemos que Mateo y Juan son testigos oculares directos de los eventos que transcriben. Forman parte de los doce apóstoles. En cuanto a Marcos, es un discípulo de Pedro. Así, su escrito proviene, en parte, de este testigo ocular, así como de la catequesis oral del inicio de la Iglesia, la cual se apoya esencialmente en el evangelio de Mateo (en hebreo). Lucas, discípulo de Pablo, aprovecha también la tradición joánica, en la cual se embebe de elementos que enriquecen considerablemente su evangelio. Lucas y Mateo son los únicos que hablan de la infancia de Jesús. Pero los diferentes relatos que ofrecen demuestran que cada uno ha bebido de fuentes diferentes (parece que Lucas pudo recoger el testimonio directo de la Virgen María). Probablemente Juan es, por su parte, el último que escribe, en términos cronológicos. Por ello, es muy posible que haya podido conocer por lo menos uno de los otros tres testimonios cuando escribe su evangelio. No obstante, relata muy pocos de los eventos que ya han sido transcritos e insiste más bien en el sentido de la vida, de los gestos y de las palabras de Jesús. Por otra parte, a diferencia de los sinópticos, integra su relato en el marco de la vida litúrgica judía.
Evangélistes
Para VIVIR EL EVANGELIO, debemos conocer los evangelios. Ahora, aun si escuchamos en cada misa un pasaje del evangelio, es conveniente hacer periódicamente una lectura “continuada”. Si nunca lo has hecho, te sugerimos que leas los relatos evangélicos en el siguiente orden: primero el evangelio de Marcos, después el de Mateo, luego el de Lucas y finalmente el de Juan. Es muy posible que descubras relatos cuya existencia ignorabas hasta ahora. Es verdad que la liturgia dominical, a lo largo de sus tres años litúrgicos, recaba lo esencial de los textos evangélicos, pero algunos de estos relatos sólo son leídos entre semana. También es muy posible que ya hayas leído los evangelios, pero, ¿crees que has asimilado todo, que los has comprendido de tal manera que estés exento por siempre de volver a sumergirte en ellos? Recuerda el ejemplo de Francisco...

Vivir el Evangelio

¿Te has fijado bien en cómo se dio el llamado de Francisco? Este evento presenta a la vez algo de emocionante y de gracioso. Emocionante, pues siempre es emocionante ver un alma que se vuelve hacia Dios. Gracioso, porque la manera en que se produce no carece de encanto. Tú, que lees estas líneas, ¿te has topado alguna vez con un crucifijo que te hable y te encargue una misión? Es lo que le sucedió a Francisco y hay que confesar que se trata de algo poco corriente. Lo malo es que no se haya percatado enseguida del significado espiritual del mensaje divino. Sólo lo comprende del lado material. «¡Levántate, Francisco, y repara mi casa que, como puedes ver, se cae en ruinas!» Podríamos pensar que un ser que recibe un mensaje del cielo, en apariencia sin equívocos en el plano auditivo, ¡debe verdaderamente trascender y comprender como por milagro de qué se trata! ¡Pues no! Francisco se va a dedicar durante tres años a reparar las iglesias que se caen en ruinas. En ningún momento se imagina que la casa que cae en ruinas y que debe reparar es la Iglesia, con una gran “I” mayúscula. El instante en que lo comprende (por fin) y la forma cómo esto se produce merecen en verdad ser subrayados. Francisco comprende el mensaje del crucifijo de San Damián:
-en el curso de una misa;
-escuchando al padre;
-durante la lectura del evangelio del día;
a-sí-de-sim-ple.
«Vivir el Evangelio a la manera de nuestro Señor Jesucristo» no es solamente un pasaje de nuestra regla. Esta exhortación es la respuesta práctica a las invitaciones que nos hace Dios Padre y María Madre de Dios con respecto a las palabras y a los actos de Jesucristo:
«Escuchadle» (Mt 17, 5),nos dice el Padre en el monte Tabor. Vivir el Evangelio es ante todo escuchar la palabra de Dios. Y María nos precisa:
«Haced lo que él os diga» (Jn 2, 5).
¡Hacer lo que Él dice! Ese “Escuchadle” del Padre ya comprende la concretización de “hacer”, pero como algunas veces parecemos chiquillos caprichosos, la ternura de nuestra madre nos precisa que no debemos limitarnos a escuchar, sino que también debemos actuar. De hecho, María nos dice lo mismo que Dios Padre, simplemente de forma más femenina, aunque también utilice una forma gramatical adaptada a los niños que en realidad somos: en ambos casos, se trata de un imperativo plural...

Pasar del Evangelio a la vida y de la vida al Evangelio

En la Biblia, el “conocimiento” no procede de un ejercicio puramente intelectual, sino de una “experiencia”, de una “presencia”. Gracias a esta precisión, comprendemos mejor aquel discurso de Cristo que puede parecer enigmático si nos reducimos a abordar el Evangelio desde un punto de vista meramente intelectual: «...esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y al que enviaste, Jesucristo» (Jn 17, 3). La vida eterna es entonces «experimentar a Dios».
François d'Assise maçon
¿Te has dado cuenta de que el artículo 4 de nuestra regla presenta cinco veces la palabra “vida”? Esto refleja la prioridad que Francisco otorga a la vida en sus teorías. Pero hay que tener cuidado de no reducir, bajo el riesgo de deformarlo, a lo que se nos ha invitado. En la vida, no hay que contentarse con hacer referencia a los evangelios. ¿Acaso no correríamos el riesgo de limitar la palabra de Dios a la justificación de nuestros propios actos, de nuestras propias ideas? ¿De pasar de la categoría de servidores de Dios a la de utilizadores de los servicios de Dios?
Se trata más bien de vivir el Evangelio siguiendo el ejemplo de san Francisco, quien hizo de Cristo el inspirador y el centro de su vida con Dios y con los hombres. Para Francisco, la referencia final no se limita al relato evangélico, sino que es Cristo mismo. El Evangelio es ante todo el testimonio de la vida de Jesucristo, que es «el Camino, la Verdad y la Vida».
Finalmente, terminaremos por destacar la conjunción de coordinación “y”, que es la que reúne ambos términos: «pasen del Evangelio a la vida y de la vida al Evangelio». Tras haber “escuchado”, tras haber hecho “lo que Él nos dice”, el hermano seglar de San Francisco es invitado de realizar una revisión de su vida: ¿en verdad he hecho en mi actual vida lo que el Señor me pide? De este modo, aunque no está explícitamente estipulado en nuestra regla que estamos llamados a volvernos santos, el método propuesto debe permitir que nos dirijamos a la santidad, a vivir verdaderamente la definición del cristiano que nos ofrece San Pablo: ser cristiano significa que «ya no vivo yo; es Cristo quien vive en mí» (Gál 2, 20).
Foule

Artículo 5

Los Franciscanos seglares busquen la persona de Cristo viviente y operante en los hermanos, en la Sagrada Escritura, en la Iglesia y en las acciones litúrgicas. La fe de San Francisco al dictar estas palabras: «Nada veo corporalmente en este mundo respecto del Altísimo Hijo de Dios, sino su santísimo cuerpo y sangre», sea para ellos la inspiración y camino de su vida eucarística.

Por ahora no vamos a analizar en profundidad el contenido de este artículo. Ya tuvimos ocasión de hacerlo en el artículo 4 (relativo a la Santa Escritura) y tendremos también la oportunidad de hacerlo cuando veamos el artículo 13 (relativo a los hermanos), el artículo 6 (la Iglesia) y el artículo 8 (la Eucaristía). ¿Es decir que el redactor de nuestra regla ha caído en redundancias inútiles escribiendo varias veces lo mismo en diferentes sitios? No. No hay redundancias inútiles. Pues si el artículo 4 se enfoca esencialmente a nuestra propia relación con Dios, el artículo 5 se destina a orientar nuestro amor a Dios hacia los demás, pero de forma muy particular: intentando descubrir la persona de Cristo vivo y activo en nuestros hermanos, en la Sagrada Escritura, en la Iglesia y en la liturgia. Estos artículos son el poderoso recordatorio de los dos mandamientos del Amor: amar a Dios y amar a tu prójimo. Nunca es inútil recordarlo. Por el momento, nos limitaremos, por medio de un ejemplo, a explicar la búsqueda de la persona de Cristo vivo y activo en nuestros hermanos, así como las consecuencias que esto conlleva.
Como todos somos hijos de un mismo Padre, todos somos hermanos. Terminaremos el análisis de este artículo con una hermosa definición del Cristiano que nos ofrece San Pablo. Definición que retomamos, pero completándola: «Si el prójimo es hijo de Dios, es porque Cristo vive también en él». Y precisamente, el artículo 5 nos invita a buscar a la persona viviente y operante de Cristo en el prójimo. Por ejemplo, para las personas casadas, el primer prójimo es su propio cónyuge. Una idea muy extendida proclama que el día del matrimonio representa forzosamente la cima de la felicidad que puede existir en la vida de una pareja y que, tras este bello día (al que por otra parte tampoco debemos minimizar), el amor va disminuyendo, incluso anquilosándose, con el correr del tiempo. Es muy triste abandonarse a esta creencia. ¿No debemos más bien buscar en el cónyuge, tras dos, cinco, diez, veinte o cuarenta años de vida común, a la persona viviente y operante de Cristo? Descubriremos así que el Amor se expresa con fuerza en las cosas más sencillas, en las que seguramente son menos visibles ante los ojos del mundo. Cuando posamos esta mirada en el prójimo, el mundo se transforma y el Amor, en vez de anquilosarse, crece sin parar. ¿Alguna vez has visto un roble crecer? El pequeño arbusto, de follaje verde pálido en sus primeros años, necesita muchos cuidados. Con frecuencia es necesario podar los abrojos que proliferan a su alrededor, cuyo rápido crecimiento puede llegar a ahogarlo. La planta, pues, es frágil en su tierna belleza. Luego pasan los años. Sin hacer ruido, sin que nadie se dé cuenta, la planta crece y se llena de hojas. El arbusto se vuelve árbol. El verde pálido cede su lugar a un verde encendido. Ahora los abrojos no pueden hacerle daño, pues el tronco eleva el ramaje. Cada año, el árbol da frutos. Cada año, el árbol protege a los pájaros del cielo que vienen a buscar refugio entre sus ramas. No obstante, este árbol ha sufrido, como todos los árboles, lluvias, tormentas e incluso tempestades, pero la mirada dirigida al otro le ha permitido desarrollarse en la belleza, la majestuosidad, la longevidad, la alegría y la felicidad. ¡Sí, la felicidad!
«Alégrese el corazón de los que buscan a Dios» (Sal 105, 3). Si el hombre puede olvidar o rechazar a Dios, Dios no cesa de llamar a todo hombre a buscarle para que viva y encuentre la dicha. Pero esta búsqueda exige del hombre todo el esfuerzo de su inteligencia, la rectitud de su voluntad, “un corazón recto”, y también el testimonio de otros que le enseñen a buscar a Dios. * CIC 30.
Arbre

preguntas

¿He aprendido bien?

1) ¿Soy capaz de recordar el esquema que constantemente sigue Satanás para tentarnos y los medios que Jesús nos da, por medio de su ejemplo, para resistir a las tentaciones del maligno?
2) Tras haber restaurado tres capillas, Francisco, durante una misa, escucha el Evangelio referente al envío de los apóstoles en misión. ¿Cuáles son los tres principales elementos que se desprenden de este texto y que a su vez constituyen los elementos fundadores de la espiritualidad franciscana?
3) ¿Cuál es la Regla y la vida de los franciscanos laicos?

Para profundizar

1) Al principio de la misa, el padre y los feligreses pronuncian juntos el Confíteor. Durante la segunda parte de esta oración, todos suplican a ciertas personas que «intercedan por mí ante Dios Nuestro Señor». ¿Soy capaz de enumerar a las personas que invoco y a quienes pido que intercedan a mi favor? ¿Y por qué se invoca particularmente a estas personas?
2) Francisco se vio profundamente afectado por cierto pasaje del Evangelio. Ese pasaje revolucionó su vida. ¿Yo también he leído o escuchado una o algunas frases del Evangelio que me hayan llegado directo al corazón y que hayan influido en mi manera de actuar y de ver las cosas?
3) «Pasar del Evangelio a la vida y de la vida al Evangelio». ¿Qué condiciones prácticas me parecen necesarias para que germine en mí y en mi fraternidad este movimiento pendular, que debe convertirse en un reflejo en todo franciscano o franciscana? 
Evangile

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Realizado por www.pbdi.fr Ilustrado por Laurent Bidot Traducción : Lenina Craipeau