Frère Rufin (portada)

Capítulo III: Misión y comunión con el Papa, los obispos y los sacerdotes

Descargar el capítulo au format 21x29,7 cm

 

San Francisco de Asís El título de este capítulo permite pensar que dos temas muy diferentes serán tratados aquí. La misión por una parte. La comunión con el Papa, los obispos y los sacerdotes, por otra. Efectivamente, un interés pedagógico nos hará comenzar por un relato evangélico que trata sobre la misión: “Vosotros sois la sal de la tierra, vosotros sois la luz del mundo”. Luego, un poco más adelante, seguiremos a Francisco en su camino hacia Roma. Comentaremos el encuentro que tuvieron, él y sus primeros compañeros, con el Soberano Pontífice. Finalmente, descubriremos el artículo 6 de nuestra regla. Veremos entonces que los dos temas tratados, si bien pueden ser estudiados de forma separada, están sorprendentemente ligados uno al otro.


Vosotros sois la sal de la tierra, vosotros sois la luz del mundo

Esta doble afirmación dirigida por Cristo a sus discípulos tiene mucho de sorprendente: vosotros sois la sal de la tierra, vosotros sois la luz del mundo. Que Jesús diga esto de él mismo: Yo soy la sal de la tierra, Yo soy la luz del mundo, lo comprendemos fácilmente y lo aceptamos sin dificultad. Pero, ¿que lo diga de nosotros? Sin embargo Jesús no es un adulador que vive a expensas de aquellos que lo escuchan. Viniendo de Él, tales afirmaciones no pueden más que ser verdaderas. Estas palabras impresionan, obligan a reflexionar, a meditar y… a vivir. Sí, no hay lisonjas en estos términos, sino una exigencia de vivir en el mundo según el plan de Dios.
Jesús se dirige a sus discípulos. La escena se desarrolla en una de las montañas cercanas a la ciudad de Cafarnaún.

Apóstoles y discípulos, escuchad: vosotros sois la sal de la tierra

Apóstoles y discípulos, escuchad: vosotros sois la sal de la tierra y la luz del mudo. Pero si no respondéis a vuestra misión, os convertiréis en sal insípida e inútil. Nada podrá devolveros el sabor si ya Dios no ha podido dároslo… Vuestra sal no será entonces más que cascajo donde se encuentra perdido el pobre grano de sal, cascajo que rechina entre los dientes, que deja en la boca un regusto a tierra y vuelve la comida repugnante y desagradable. Ni siquiera será buena para usos inferiores, pues un saber empapado en los siete vicios dañaría incluso a las misiones humanas. Y entonces la sal no será buena más que para tirarse y para ser hollada a los pies despreocupados de los hombres.

Vosotros sois la luz del mundo

Vosotros sois la luz del mundo. Sois como esa cima que ha sido la última en perder al sol y la primera en recibir la plateada luz de la luna. Aquel que se encuentra en lo alto brilla, y se le ve porque el ojo, incluso el más distraído, se posa algunas veces en las alturas. Diría que el ojo físico, que se dice es el espejo del alma, refleja el deseo del alma: el deseo, frecuentemente inadvertido pero siempre vivo mientras que el hombre no sea un demonio, el deseo de las alturas, las alturas donde la razón coloca instintivamente al Más Alto. Y buscando los Cielos posa, aunque sea algunas veces en el transcurso de su vida, el ojo hacia las alturas.
El ojo se eleva hacia lo alto. Por eso os ruego acordaros de nuestros viajes. ¿Hacia dónde va nuestro ojo, como para olvidar el largo camino, el cansancio, el calor o el fango? Hacia las cimas, incluso si son un tanto altas, si están un tanto lejos. ¡ Y cómo nos tranquiliza verlas aparecer cuando estamos en un valle uniformemente plano! ¿Aquí abajo hay fango? En lo alto está la pureza. ¿Aquí abajo hay un calor agobiante? En lo alto está la frescura. Eglise
¿Abajo el horizonte es limitado? En lo alto se extiende sin límites. Y tan sólo mirándolos, pareciera que el día fuera menos caluroso, el fango menos pegajoso, la marcha menos triste. Y luego, si una ciudad brilla en la cima de una montaña, entonces no hay ojos que no la admiren. Diríase incluso que una localidad sin importancia se embellece si se le coloca, casi aérea, en la cima de una montaña. Y es por eso que tanto la religión verdadera como las falsas, todas las creencias que lo han podido, han construido sus templos en un lugar elevado; y, si no había colinas o montañas, les han hecho un pedestal de piedra, construyendo con sus propias manos una plataforma para colocarlos sobre ella. ¿Por qué reaccionar así? Porque se quiere que el templo se vea, para que recuerde con su visión el pensamiento dirigido hacia Dios.
Diría también que vosotros sois una luz. Quien por la noche enciende una lámpara en su casa, ¿dónde la pone? ¿En un agujero, bajo el horno? ¿En la cueva que sirve de bodega? ¿O la encierra en un cofre? ¿O, tal vez, simple y sencillamente, la esconde tras las tuberías? No, porque entonces sería inútil encenderla. Más bien coloca la lámpara en lo alto de una consola o la cuelga para que, situada en lo alto, ilumine toda la pieza y a los ocupantes de la misma que se encuentren allí. Pero precisamente porque se le coloca en lo alto debe recordar a Dios y dar luz, debe estar a la altura de su deber.

Debéis recordar al Dios Verdadero, debéis llevar la luz de Dios

Vosotros que debéis recordar al Dios Verdadero, debéis hacerlo sin que anide en vosotros el septipartito paganismo. Porque si no os convertiréis en altos lugares profanos con bosquecillos sagrados, dedicados a tal o cual dios, y arrastraréis a vuestro paganismo a aquellos que os miran como templos de Dios. Debéis llevar la luz de Dios. Una lámpara sucia, una lámpara que no está provista de aceite, ahúma y no da luz. Huele mal y no ilumina. Una lámpara oculta tras un cristal de cuarzo sucio no produce el gracioso esplendor, no produce el brillante juego de la luz sobre el mineral limpio, sino que languidece tras el velo de humo negro que vuelve opaca su diamantina protección.la lumière sous le boisseau
La luz de Dios resplandece allí donde se halla una voluntad férrea que se deshace cada día de las escorias que produce el trabajo mismo, con sus contactos inevitables, sus reacciones, sus decepciones. La luz de Dios resplandece cuando la lámpara está provista de un líquido abundante de oración y caridad. La luz de Dios se multiplica en infinitos resplandores cuando conjuga las perfecciones de Dios, y cada una de éstas suscita en el santo una virtud que se ejerce heroicamente si el siervo de Dios mantiene el cuarzo inatacable de su alma al abrigo del humo negro de todas las humeantes malas pasiones. Cuarzo inatacable. ¡Inatacable! Sólo Dios tiene el derecho y el poder de rayar ese cristal, de escribir su santo Nombre con el diamante de su voluntad. Entonces ese Nombre se convierte en un adorno que multiplica las caras de belleza sobrenatural de ese cuarzo tan puro.

¡Desdichados los malos pastores!

¡Desdichados! Tres veces sean desdichados los malos pastores que pierden la caridad, que se niegan a subir día tras día para así hacer subir al rebaño que espera que emprendan su ascesis para subir a su vez. Yo los golpearía haciéndolos caer de su sitio, extinguiendo así todo su humo.
¡Desdichados! Tres veces sean desdichados los malos pastores que rechazan la Sabiduría para saturarse de una ciencia frecuentemente perjudicial, siempre orgullosa, algunas veces satánica porque los reduce a su humanidad ya que –escuchad bien y recordad-, si bien el destino de todo hombre es llegar a ser lo más parecido a Dios por medio de la santificación que hace del hombre un hijo de Dios, el maestro, el sacerdote debería ya desde esta tierra poseer ese aspecto, el único, de hijo de Dios. Debería tener el aspecto de una criatura toda alma y perfección. Debería tenerlo, para guiar hacia Dios a sus discípulos. Anatema a los maestros de sobrenatural doctrina que se convierten en ídolos del saber humano.
¡Desdichados! Siete veces sean desdichados quienes, entre mis sacerdotes cuyo espíritu esté muerto, se hayan vuelto pusilánimes. Cuya carne sufra de una tibieza enfermiza, cuyo sueño esté lleno de apariciones alucinantes de todo aquello que existe, salvo de Dios Uno y Trino; lleno de toda clase de cálculos, salvo del deseo sobrenatural de aumentar las riquezas del corazón y de Dios. Viven sepultados en su humanidad, mezquinos, abúlicos, arrastrando hacia sus aguas muertas a aquellos que los siguen, creyendo que son la “vida”. Caiga la maldición de Dios sobre aquellos que corrompen mi pequeño rebaño, mi amado rebaño. ¡No es a quienes perecen a causa de vuestra indolencia, oh malos servidores del Señor, sino a vosotros a quienes pediré cuentas e impondré un castigo, por todas las horas y el tiempo desperdiciados, por todo el mal que haya sido o vaya a ser ocasionado!
Recordad estas palabras. Y ahora, marchaos. Voy a subir hasta la cima. Pero ustedes, dormid. Mañana, el Pastor abrirá los pastos de la Verdad para el rebaño. * Valtorta, María, op. cit., vol. 3, cap. 169 (extractos).

En Jesucristo, el Reino de Dios se aproxima

Ya lo hemos mencionado: en la persona de Jesucristo, el reino de Dios se aproxima a los hombres. La proclamación y la instauración del Reino de Dios son además el objeto mismo de su misión en la Tierra: «…tengo que anunciar el Evangelio del reino de Dios, pues para esto he sido enviado» (Lc 4, 43). Jesús hace esta proclamación a través de diversos viajes por las tierras de Israel, pero su palabra se dirige a la humanidad entera. «En los encuentros de Jesús con los paganos se ve con claridad que la entrada al Reino acaece mediante la fe y la conversión, y no por la mera pertenencia étnica». * Juan Pablo II, Carta encíclica Redemptoris Missio (sobre la permanente validez del mandato misionero), 7 de diciembre de 1990, 13. Pero, ¿puede considerarse que Jesús es el único ser por medio del cual podemos tener acceso al reino de los cielos? Dicho de otra forma, ¿no podemos alcanzar su salvación en cualquier otra religión? «Nadie llega al Padre, sino por mí» (Jn 14, 6), nos responde Jesucristo. Sí, Cristo es el único mediador entre Dios y los hombres, «porque Dios es único, y único es también el mediador entre Dios y los hombres: un hombre, Cristo Jesús, que se entregó a sí mismo como rescate por todos» (1 Tim 2, 5-6).
Así, Cristo no solamente anunció el Reino, sino que es en Él que el Reino se hace presente y se realiza: «Pero sobre todo el reino se manifiesta en la persona del mismo Cristo, Hijo del Hombre, que vino a servir y a dar su vida para redención de muchos» * Concilio Ecuménico Vaticano II, Constitución dogmática Lumen gentium sobre la Iglesia, 5.. «El reino de Dios no es un concepto, una doctrina o un programa sujeto a libre elaboración, sino que es ante todo una persona que tiene el rostro y el nombre de Jesús de Nazaret, imagen del Dios invisible» * Juan Pablo II, Carta encíclica Redemptoris Missio, op.cit., 18..
Ahora bien, Dios «quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad» (1 Tim 2, 4), es decir, de Jesucristo. «Es preciso, pues, que Cristo sea anunciado a todos los pueblos y a todos los hombres y que así la Revelación llegue hasta los confines del mundo: Dios quiso que lo que había revelado para salvación de todos los pueblos se conservara por siempre íntegro y fuera transmitido a todas las generaciones» * CIC 74..

La Iglesia, signo e instrumento de salvación

Saint Pierre apôtreDos pasajes del Evangelio subrayan con fuerza que la Iglesia es signo e instrumento de salvación:
Primero, la investidura de Pedro como jefe de los apóstoles: «…tú eres Pedro; sobre esta piedra edificaré mi Iglesia y las puertas del Hades no podrán contra ella. Yo te daré las llaves del reino de los cielos; todo lo que ates en la tierra, atado será en los cielos; y todo lo que desates en la tierra, desatado será en los cielos» (Mt 16, 18-19). Retomemos con calma los propósitos de Jesucristo: sobre esta piedra edificaré mi Iglesia. Así, es posible crear una iglesia al lado de aquella que Cristo mismo instituyó, pero no puede reivindicarse que se trate de la Iglesia de Cristo.La Iglesia instituida por Jesucristo solo puede ser aquella que reconoce a Pedro como jefe. Y Jesús da a Pedro un privilegio y una responsabilidad fuera de lo común: te daré las llaves del reino de los cielos. Precisemos que la exégesis católica indica que esas promesas eternas tienen validez no únicamente para la persona de Pedro (hijo de Jonás), sino también para sus sucesores. Efectivamente, aunque esta consecuencia no sea explícitamente señalada en el texto, sin embargo es legítima en razón de la intención evidente de Jesús de cuidar el futuro de su Iglesia por medio de una institución que, tras la muerte de Pedro, no caduque.
El segundo pasaje es aquel que concluye con el envío en misión de setenta y dos discípulos: «Quien a vosotros escucha, a mí me escucha; y a quien vosotros desprecia, a mí me desprecia. Pero quien me desprecia a mí, desprecia a aquel que me ha enviado» (Lc 10, 16). Es una frase más que fuerte. ¿El magisterio de la Iglesia estará entonces por encima de la palabra de Dios? No, el magisterio de la Iglesia no está por encima de la palabra de Dios, pero la escucha, la sirve, la transmite por mandato de Dios, con la asistencia del Espíritu Santo. Anunciar el Evangelio no es motivo de gloria. Es una necesidad que incumbe a todos los cristianos. Sí, «…ay de mí, si no anuncio el Evangelio» (1 Cor 9, 16).
«…el Reino no puede ser separado de la Iglesia. Ciertamente, ésta no es fin para sí misma, ya que está ordenada al Reino de Dios, del cual es germen, signo e instrumento. Sin embargo, a la vez que se distingue de Cristo y del Reino, está indisolublemente unida a ambos. Cristo ha dotado a la Iglesia, su Cuerpo, de la plenitud de los bienes y medios de salvación; el Espíritu Santo mora en ella, la vivifica con sus dones y carismas, la santifica, la guía y la renueva sin cesar. De ahí deriva una relación singular y única que, aunque no excluya la obra de Cristo y del Espíritu Santo fuera de los confines visibles de la Iglesia, le confiere un papel específico y necesario. De ahí también el vínculo especial de la Iglesia con el Reino de Dios y de Cristo, dado que tiene la misión de anunciarlo e instaurarlo en todos los pueblos». * Juan Pablo II, Carta encíclica Redemptoris Missio, op.cit., 18.

¿Qué es el apostolado?

Jesús instituyó apóstoles, término que significa “enviado”, “mensajero”, es decir, “misionero”. Así, podemos adivinar fácilmente el significado del término “apostolado”: el apostolado es la actividad de la Iglesia que consiste en llevar la Luz al mundo, en «propagar el Reino de Cristo por toda la tierra». * CIC 863. Todos los evangelistas, cuando relataron el reencuentro del Resucitado con los apóstoles, concluyeron con el envío en misión: «Se me ha dado todo el poder en el cielo y en la tierra. Id, pues, y haced discípulos a todos los pueblos (…) Y mirad: yo estoy con vosotros todos los días hasta el final de los tiempos» * Mt, 28, 18-20; Mc 16, 15-18; Lc 24, 46-49; Jn 20, 21-23.. Vemos aquí el carácter universal de la tarea confiada a los apóstoles: “todos los pueblos” y el sentimiento de seguridad dado por el Señor de que no estarán solos para cumplir esta misión: “yo estoy con vosotros todos los días hasta el final de los tiempos”.
Jésus-Christ enseigne les apôtres
A través de los apóstoles es a la Iglesia, su cuerpo místico, a quien Cristo confía esta misión de extender el reino hasta los confines de la tierra. Pues «la primera beneficiaria de la salvación es la Iglesia. Cristo la ha adquirido con su sangre y la ha hecho su colaboradora en la obra de la salvación universal. En efecto, Cristo vive en ella; es su esposo; fomenta su crecimiento; por medio de ella cumple su misión» * Juan Pablo II, Carta encíclica Redemptoris Missio, op.cit., 9..
En el comentario que haremos del artículo 6 de nuestra Regla al final de este capítulo, plantearemos una pregunta práctica: “¿cómo ser misionero?”. Pero demos ya los principales elementos que permitirán responder a esta pregunta: tengamos el sabor que da la sal a los alimentos. Llevemos la luz de Dios bien alto en nuestras vidas, es decir, en nuestras palabras, nuestros actos y, ante todo, en nuestra comunión los unos con los otros.

Que todos sean uno

Descubramos ahora cómo Francisco se somete al Papa y cuál es el profundo respeto que testimonia a los sacerdotes.

La Iglesia en la hoguera de las sectas

Recordemos: Francisco comprende el mensaje del crucifijo de San Damián cuando escucha a un sacerdote proclamar la lectura del evangelio. Después de que el padre le confirmase el significado de esa página del evangelio, Francisco se lanza por los caminos a predicar. Tan sólo pocos días después de que comenzase su predicación hubo personas que abandonaron todo para seguirle. Notemos que Francisco no pide al Señor hermanos para acompañarse en sus gestiones, sino que es el mismo Señor quien se los da * Test 14: «Y después que el Señor me dio hermanos…». . Pronto son una docena que viven en la paz, la alegría, la pobreza y el cuidado de los leprosos. Es entonces cuando Francisco redacta un texto, en unas pocas palabras muy sencillas, que se resume en “vivir según la forma del santo Evangelio” * Ibidem: «… nadie me mostraba qué debía hacer, sino que el mismo Altísimo me reveló que debía vivir según la forma del santo Evangelio».. Tras esto, Francisco querrá cumplir una diligencia que lo distinguirá de numerosos reformadores de la época. La mayoría de esos reformadores viven una existencia pobre y casta y se refugian en el Evangelio pero, al mismo tiempo, critican abiertamente al clero respecto de las frecuentes faltas que comete una parte de sus miembros. Es inútil precisar que no se refieren al Soberano Pontífice en olor de santidad, porque él es el jefe de semejante banda de pecadores. Entonces esas personas se erigen en reformadores de la Iglesia. No obstante, además del hecho de que desarrollan frecuentemente una curiosa teología (recordemos la herejía cátara), la reforma quiere construirse desde el exterior de la Iglesia, o, lo que viene siendo lo mismo, poner a la Iglesia en la hoguera para crear una nueva, la suya, la única capaz de conducir a los hombres a la salvación.
Francisco, por su parte, va a cumplir una diligencia que lo distingue verdaderamente de todos esos reformadores: va a ir a ver al Papa de la época, Inocencio III, para pedirle la aprobación de su regla de vida. Subrayemos esta gestión, porque no es menos importante que la aprobación pontificia en sí misma. Francisco y sus primeros once compañeros quieren vivir el Evangelio sin arrancar las páginas que molestan a algunos, como “tú eres Pedro; sobre esta piedra edificaré mi Iglesia”. ¡Ah, cómo parece difícil vivir con esta frase del Evangelio para esos reformadores que sin embargo se llaman “del Evangelio”! Y cómo Francisco, por su parte, ha vivido esta frase concreta, simplemente, y además desde el inicio de la Orden. No obstante, la primera acogida del Papa cuando recibe a Francisco y a sus compañeros es más bien de tipo “glacial” y, ¡tal vez disuadió a más de uno de dirigirse a una persona tan directa y exigente! Pero no vayamos tan rápido.

El camino hacia Pedro

Francisco se dirige a sus once compañeros: «Veo, hermanos, que quiere el Señor aumentar misericordiosamente nuestra congregación. Vamos, pues, a nuestra santa madre la Iglesia de Roma y manifestemos al sumo pontífice lo que el Señor empieza a hacer por nosotros, para que de voluntad y mandato suyo prosigamos lo comenzado» (TC 12, 46). El discurso agrada a los hermanos y todos, con el corazón rebosante de alegría, se dirigen hacia Roma a pie. La ciudad de Roma dista unos 200 kilómetros de Asís. Lo único que llevan en la boca esos hermanos que recorren el camino son las palabras del Señor. Cuando llegan a Roma, la Providencia los va a ayudar a ser recibidos por el Papa ya que, si bien se han desplazado para verlo, no llevan en el bolsillo ninguna carta de recomendación, ningún salvoconducto, ninguna visa ni ninguna cita concertada con antelación.
El Papa, por su parte, está viviendo * El viaje a Roma se sitúa hacia 1209-1210. uno de los períodos más problemáticos y duros de su difícil pontificado. En el plano político, acaba de vivir la amarga y decepcionante experiencia que supuso la cuarta cruzada. Además, Alemania le preocupa particularmente, ya que se libra una lucha encarnizada por la sucesión del imperio. Sobre todo en el plano religioso hay graves inquietudes que vienen del sur de Francia, donde las herejías valdense y cátara encuentran en todo momento la ocasión de extender su campo de acción, a pesar de combatir entre ellas mismas. Pedro de Castelnau, legado pontificio, acaba de ser asesinado por un escudero del conde de Tolosa, que creía que al hacer esto agradaba a su Señor * El asesinar a un legado pontificio para “agradar a mi Señor” permite percatarse del ambiente reinante en ese entonces en el sur de Francia, sobre todo porque se trata «de un crimen, en esos tiempos, de una gravedad inimaginable: en efecto, un legado era considerado casi como un alter ego del Soberano Pontífice». Manselli, Raoul, Saint François d’Assise, op. cit., p. 97.. En aquella primavera de 1210, estas graves tensiones constituyen verdaderamente el problema más preocupante para Inocencio III. Entonces, imaginad, ¡nuestro pobre Francisco con sus compañeros!
La providencia les hace encontrarse con el obispo de Asís, que estaba entonces de viaje en Roma, y que de inmediato se preocupó por su presencia allí. ¿Acaso tienen la intención de abandonar Asís? ¡No, por Dios! ¡Sólo es para encontrarse con el Papa! Entonces el obispo los presenta a un cardenal de la curia, monseñor Juan de San Pablo, que los alberga durante varios días, lo cual le brinda la oportunidad de conocer a profundidad su proyecto de vida. Es este cardenal quien logra arreglar un encuentro entre el apóstol y los doce hermanos; no en gran pompa, por supuesto, sino en una sala llamada “Espejo”, en el palacio de Letrán. El Papa se paseaba a todo lo largo, sumido en profundas reflexiones * Estos detalles nos son revelados por San Buenaventura, LM 3, 9..

El primer encuentro

Saint François d'Assise et Innocent III
Francisco expone entonces todo su proyecto religioso: vivir según la regla del santo Evangelio y observar en todo momento la perfección evangélica. El Papa lo escucha atentamente hasta que Francisco termina su explicación. El soberano Pontífice, hombre mesurado y prudente, responde a Francisco y a sus compañeros de la siguiente manera: «“Demasiado dura y áspera es vuestra vida, si, queriendo formar una agrupación, os proponéis no poseer nada en este mundo. ¿Y de dónde sacaréis cuánto necesitéis?” El bienaventurado Francisco le respondió: “Señor, confío en mi Señor Jesucristo, pues quien se comprometió a darnos vida y gloria en el cielo, no nos privará, al debido tiempo, de lo que necesitan nuestros cuerpos en la tierra”. Le replicó el Papa: “Está muy bien lo que dices, hijo; pero la naturaleza humana es frágil y jamás persevera en un mismo ánimo”» (LP 34). Algunos cardenales que estaban presentes agregan que es una novedad y una empresa que se sitúa más allá de la fuerza humana. Pero el cardenal Juan de San Pablo interviene a favor del proyecto: «Si rechazamos la demanda de este pobre como cosa del todo nueva y en extremo ardua, siendo así que no pide sino la confirmación de la forma de vida evangélica, guardémonos de inferir con ello una injuria al mismo Evangelio de Cristo. Pues si alguno llegare a afirmar que dentro de la observancia de la perfección evangélica o en el deseo de la misma se contiene algo nuevo, irracional o imposible de cumplir, sería convicto de blasfemo contra Cristo, autor del Evangelio» (LM 3, 9). El Papa dice entonces: «Hijo, ve y pide a Dios que se digne revelarte si esto que buscáis procede de su voluntad, para que, siendo Nos sabedor del divino beneplácito, accedamos a vuestros deseos» (TC 12, 49).
Innocent III Muchos pueden creer que este primer encuentro habría bastado para apagar la alegre llama de entusiasmo que calienta el corazón de nuestros compañeros. Pero no es el caso. El Papa no ha dicho que no. Aunque, ya lo hemos dicho, es un hombre prudente y mesurado. No otorga fácilmente una aprobación al primer místico que llega, aunque haya sido presentado y recomendado por uno de sus cardenales. Comienza por señalar un problema práctico: “¿Y de dónde sacaréis cuánto necesitéis?”. Sabe de lo que habla cuando se refiere a la inestabilidad del ser humano, pues la ha constatado con frecuencia desde el inicio de su pontificado * Otón de Brunswick había ido a Italia para ser solemnemente coronado emperador por el Papa. En ese momento había hecho la solemne promesa de obedecer a la Iglesia. Poco después violó sus compromisos anteriores y, en contra de la volutad expresa de Inocencio III, decidió atacar el reino de Sicilia, cuyo rey era Federico Roger, el futuro Federico II, que contaba con catorce años de edad en ese entonces.. Entonces, ¿por qué acordar inmediatamente una confianza ciega a este Francisco y a sus compañeros? Al llamarlo “hijo” envía a Francisco a recogerse en la oración y lo invita a volver a verlo si Dios le revela que lo que ellos desean vivir procede en verdad de su voluntad. Resulta que la condición impuesta por el Santo Padre se va a realizar gracias a una parábola que Francisco recibe como inspiración del cielo.

Érase una vez una mujer pobre pero hermosa

Tal como el Papa le había sugerido, Francisco se va a orar, y vuelve algunos días más tarde con sus hermanos para contarle al Papa la parábola que el Señor le ha inspirado: «Vivía en el desierto un mujer pobrecilla y hermosa; prendado un rey poderoso de su hermosura, quiso tomarla como esposa, porque creía que de ella podría tener hijos hermosos. Contraído y consumado el matrimonio, nacieron muchos hijos. Ya adultos, les habló su madre, diciéndoles: “Hijos míos, no os avergoncéis, pues sois hijos del rey. Id, pues, a su corte, y él os dará todo lo que necesitéis”. Cuando se presentaron ante el rey, éste quedó cautivado con su hermosura y, reconociendo en ellos su verdadero retrato, les preguntó: “¿De quién sois hijos?”. Y como le contestasen que eran hijos de una mujer pobrecita que vivía en el desierto, el rey los abrazó con íntima complacencia y les dijo: “Nada temáis, porque sois hijos míos. Así, pues, si los extraños se alimentan de mi mesa, con mayor razón vosotros, que sois mis hijos legítimos”. Y mandó el rey a aquella mujer que le enviara a palacio a todos los hijos procreados con él, para que allí se criaran» * TC 12, 50. Este episodio de la vida de Francisco lo consigna también Eudes de Chériton (conde de Kent) en su recopilación de sermones para los evangelios del domingo (1219). Este es el texto, aún más detallado y colorido que el mencionado en las otras biografías de Francisco: «Se le hizo esta objeción a Francisco: ¿Quién va a proveer de alimento a tus hermanos, ya que tu aceptas sin preocupaciones a todos aquellos que se te presentan? Él responde: Una mujer fue un día violada por un rey en el bosque. Tuvo un hijo al que alimentó algún tiempo, y después se dirigió a la Corte para pedirle al rey que se encargase de él a partir de entonces. El rey respondió: “Hay tantos bribones e inútiles en mi palacio: es justo que mi hijo sea alimentado al igual que ellos en mi mesa”. Para explicar esa parábola, dijo que esa mujer, era él mismo: el Señor lo había fecundado a través de su Palabra, y él había engendrado hijos espirituales. Y ya que el Señor alimenta a tantos injustos, no hay que sorprenderse de que provea también de alimento a sus propios hijos». Desbonnets, Théopile y Vorreux, Damien, Saint François d’Assise. Documents, Ed. Franciscaines, 1981, 2C 16, nota 2, p. 336.. Al terminar su relato, Francisco continuó comentando la parábola: «Yo soy, señor, esta mujer pobrecita a quien el amantísimo Señor, por su misericordia, ha honrado de esta manera y de la que ha querido procrear para Él hijos legítimos. Y me dijo el Rey de los reyes que criaría a todos los hijos que por mi medio procreara, porque, si alimenta a los extraños, con mayor razón ha de alimentar a los legítimos. Si Dios concede a los pecadores bienes temporales por amor a los hijos que han de criar, mucho más los otorgará a los varones evangélicos, a quienes por mérito se les deben tantos bienes» * Según TC 12, 51..
Saint François d'Assise et Innocent III

La mujer pobre al auxilio de Letrán

El Papa está muy sorprendido al escuchar esta parábola. Francisco explica, de manera clara y precisa, sin negar sus ideas anteriores, por el contrario, confirmándolas en espíritu, cómo piensa resolver el problema práctico planteado: abandonándose a la bondad del Creador, que «hace salir el sol sobre malos y buenos y manda la lluvia sobre justos e injustos»
(Mt 5, 45). ¡Hemos dicho muy sorprendido! Es verdad que el Papa lo está también por la constancia de Francisco. Pero hay algo más. Desde la primera visita de Francisco, Inocencio III tuvo un sueño. Más que un sueño, se trataba más bien de una pesadilla de la que se esforzaba por horadar su sentido: la iglesia de Letrán * La iglesia de Letrán es una de las cuatro basílicas mayores de Roma. En la época de Francisco, el Papa no residía en el Vaticano sino en Letrán. Es entonces normal que haya sido esa iglesia la que el Papa vio tambalearse, ya que simbolizaba en ese tiempo la barca de Pedro. se caía en ruinas, y un religioso bajito y Songe d'Innocent III Latrande aspecto miserable la sostenía con su propia espalda. Inocencio III se despertó espantado y paralizado. Efectivamente, con todos los ataques que sufría entonces la Iglesia, había comenzado a desmoronarse y amenazaba con ser pronto un manojo de ruinas susceptible tan sólo de inspirar versos a ciertos poetas románticos del pasado. Y he aquí que Francisco, contra todo pronóstico, se le presenta de nuevo. Cuando el Papa ve a Francisco, ese miserable y bajito religioso tan afanado por servir a Dios, relaciona su propia visión con la parábola que acaba de contarle Francisco y comienza a decirse a sí mismo: “¡Helo aquí, este hombre religioso y santo que elevará y sostendrá la Iglesia de Dios!”.
Entonces el Papa lleva a cabo un gesto que difiere mucho de la actitud que tuvo en el primer encuentro: besa a Francisco. Tras esto, aprueba la regla y le concede, así como a sus hermanos, la autorización de predicar la penitencia por todos lados, poniendo como condición, empero, que los hermanos que prediquen obtengan primero la autorización de Francisco.

La Iglesia en el corazón de Francisco

Esta visita y sumisión al Soberano Pontífice da a la primitiva fraternidad una fisionomía plenamente evangélica. Le da «un rostro que la distingue netamente de los diferentes movimientos evangélicos de la época. Todas las sectas (que son muy numerosas) predican el retorno al Evangelio en cuanto a la pobreza, la misión y la fraternidad. En este plano, nada diferencia a Francisco y a sus compañeros de un Pedro Valdo, por ejemplo, también comerciante convertido al Evangelio. Pero lo que los separa radicalmente son sus diferentes actitudes respecto a la Iglesia institucional.
« Francisco no se erige en censor; tampoco en reformador o en profeta. Se sabe y se considera muy poco para eso. Es verdad, ve los abusos de la Iglesia y sufre. Pero no vitupera contra nadie. Frente a la corrupción de ciertos clérigos, él y sus hermanos se niegan a jugar a los “puros” y a los “auténticos”. Además, ni siquiera se les ocurre. Simplemente se ofrecen como “penitentes venidos de Asís”. Quieren ser, en todo el sentido del término, “hermanos menores”. En todos los escritos de Francisco, se busca en vano la menor línea, la menor palabra que exprese una actitud fiscal respecto a la Iglesia y a su jerarquía; no hay el menor rastro de protesta. Lo que sí se encuentra, por otra parte, es un gran respeto a la Institución y una voluntad claramente expresada de sumisión filial, inspirada en una profunda fe» * Leclerc, Eloi, François d’Assise. Le retour à l’Evangile, op. cit., cap. 6, p. 120.. ¡Es cierto que no todos pueden gozar de la oportunidad de ser recibidos por el Papa! Pero el encuentro con el Soberano Pontífice no hace que a Francisco y a sus hermanos “se les suban los humos”. Por el contrario, Francisco pedirá más tarde al Papa que le conceda un obispo, el de Ostia, para que lo represente con veces de Papa, para que la Orden no moleste al Soberano Pontífice por cosas de poca importancia (2C 17, 25).
Hay que añadir que esta actitud filial de Francisco no se limita al servidor de servidores. ¡Claro que no! No podemos cerrar esta parte del capítulo sin evocar los sentimientos que alimenta Francisco respecto al clero. Invita a todos sus hermanos del momento, así como a todos aquellos que se unirán a la Orden tras su muerte, a compartir esos sentimientos con él. Un pasaje de la vida del rey David resume muy bien ese sentimiento que Francisco experimenta hacia los sacerdotes y, sobre todo, la íntima razón que lo origina. Volveremos a Francisco tras haber relatado ese evento que es más que una simple anécdota.

…Pues es el ungido de Yahveh

David et Goliath Recordemos un poco. David mata al gigante Goliat en un singular combate y, gracias a este acto, salva al pueblo hebreo del yugo de los filisteos. Entonces todas las mujeres de Israel bailan cantando: «Saúl mató a mil, y David a diez mil» (1 Sam 18, 7). Cuando el rey Saúl escucha estos cantos, se enfada mucho al ver que se cantan miríadas para David y solamente millares para él. Terriblemente celoso del éxito de David, acaba por perseguirlo con el fin de matarlo. David, para salvar su vida, debe huir. Entonces, un día en que David y sus amigos se ocultan en el fondo de una gruta, Saúl pasa con sus hombres, siempre en busca de David. Pero la naturaleza está tan bien hecha que incluso un rey debe ir a los servicios, al igual que el más humilde de los hombres de la tierra. Saúl siente unas ganas muy naturales de hacer sus necesidades y entra, sin saberlo, en la gruta donde está David. Los amigos de David lo instan a aprovechar la inesperada oportunidad de matar a quien le desea tanto mal. Pero David no hace nada. Se acerca sin ruido detrás de Saúl y, con su cuchillo, corta furtivamente un pedazo del manto de Saúl. El rey sale de la gruta y monta en su caballo, pero David sale en ese instante y le dice: «“¡Mi señor, el rey!”. Saúl volvió la vista atrás y David se inclinó rostro en tierra y se postró. Dijo entonces David a Saúl: “¿Por qué das oídos a las habladurías de la gente que te dice: ‘Mira que David busca hacerte mal’? Hoy mismo han visto tus ojos que Yahveh te entregaba en mis manos en la cueva. David et Saül Se me incitaba a matarte; pero sentí piedad de ti y me dije: ‘No extenderé yo mi mano contra mi señor, pues es el ungido de Yahveh’. Mira, padre mío; mira en mi mano la orla de tu manto. Yo te la corté, pero no te maté. Reconoce y mira que no hay maldad ni rebeldía» (1 Sam 24, 9-12). Viendo esto, el rey Saúl dijo: «Tú eres más justo que yo, porque tú me has hecho bien mientras yo he procurado hacerte mal. Tú me has mostrado hoy que eres benévolo conmigo, ya que Yahveh me ha entregado en tus manos, pero tú no me has matado. Pues cuando uno encuentra a su enemigo, ¿le deja seguir su camino en paz? Que Yahveh te recompense por tu buena acción de hoy. Ahora veo claramente que tú has de reinar y que el reino de Israel se consolidará en tus manos» (1 Sam 24, 18-21).

La unción en la simbología bíblica y antigua

David se niega a alzar su mano en contra del rey Saúl porque es el ungido de Yahveh. Pero, ¿de qué se trata esto? ¿Qué quiere decir eso del “ungido”? Ante todo, señalemos que en el Antiguo Testamento todos los sacerdotes son ungidos, así como los reyes, pero no el resto de los hombres. El ungido es aquel que ha recibido una unción. Esta unción confiere al que la recibe un carácter sagrado: es el Ungido de Yahveh. Hay que tomar en cuenta sobre todo dos cosas respecto a esta unción: primero, hay que considerar el signo de la unción en sí mismo. Segundo, hay que considerar lo que la unción designa e imprime: el sello espiritual.
La unción posee numerosos significados: el óleo es signo de abundancia y de alegría. Purifica. Proporciona agilidad * En la antigüedad, los atletas y los luchadores solían embadurnarse el cuerpo con aceites.. Es el signo de la curación, puesto que suaviza las contusiones y las heridas * Lc 10, 34: «… se acercó a él, le vendó las heridas después de habérselas ungido con aceite y vino…».. Da belleza resplandeciente, salud y fuerza * Según CIC 1293..
Por medio de esta unción, el confirmado recibe “la marca”, es decir, el sello, de aquel que se lo imprime. «El sello es el símbolo de la persona (Gn 38, 18), signo de su autoridad, de su propiedad sobre un objeto. Por eso se marcaba a los soldados con el sello de su jefe y a los esclavos con el de su señor» * Según CIC 1295.. Tratándose del rey Saúl, el sello es el de Dios, y más precisamente el del Espíritu Santo. Saúl “pertenece” a Dios. Es gracias a esta pertenencia que David rehúsa alzar su mano contra él, a pesar de todo el mal que éste le desea. La unción de Saúl se sitúa por encima de todo ante los ojos de David, e incluso prima sobre lo que hoy llamamos “legítima defensa”.

A causa de su carácter sacerdotal

¡Pues bien, ese es exactamente el sentimiento que Francisco testimonia a los sacerdotes, no importa el tipo de vida que lleven! Ningún texto, de entre todos los escritos de Francisco y sus biografías, resume mejor ese profundo respeto que su propio Testamento:
«Después, el Señor me dio, y me sigue dando, tanta fe en los sacerdotes que viven según la forma de la santa Iglesia Romana, por su ordenación, que, si me persiguieran, quiero recurrir a ellos. Y si tuviera tanta sabiduría como la que tuvo Salomón y me encontrara con los pobrecillos sacerdotes de este mundo, no quiero predicar en las parroquias en que habitan si no es conforme a su voluntad. Y a éstos y a todos los demás sacerdotes quiero temer, amar y honrar como a mis señores. Y no quiero tomar en consideración su pecado, porque veo en ellos al Hijo de Dios y son mis señores» (Test 6-9).
Francisco no mira, ni quiere mirar, la paja que puede haber en el ojo ajeno. Al contrario, se preocupa únicamente por descubrir la persona viva y activa de Cristo en sus hermanos, y en particular en aquellos que son sacerdotes. Además nos dice por qué: a causa de su carácter sacerdotal. Así es, ¡todo lo que hemos podido leer respecto a la unción de los sacerdotes y de los reyes del Antiguo Testamento se aplica a la Iglesia, y con razón! Aquel que era esperado ha llegado y ha venido realmente para permitirnos participar en su unción.

El espíritu de Dios reposa en mí

Sacrement initiation Baptême Por supuesto, hubo “ungidos” por el Señor en la Antigua alianza, el rey David especialmente (1 Sam 16, 13). Pero Jesús es el Ungido de Dios de una manera única. Es sobre Él que trata el libro de Isaías: «El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido» (Is 61, 1; Lc 4, 18). Por medio de Jesús hecho hombre, la humanidad entera es “ungida del Espíritu Santo”. La plenitud del Espíritu no debe quedarse únicamente en el Mesías. Debe ser comunicada a todo el pueblo mesiánico. Esta comunicación se realiza en concreto por la vía sacramental y, sobre todo, gracias a los sacramentos de la iniciación: el Bautismo, la Confirmación y la Eucaristía.
En el rito del Bautismo, “la unción con el santo crisma significa el don del Espíritu Santo al nuevo bautizado”. Sacrement initiation Confirmation Es la vida de Dios que brota en él. «Ha llegado a ser un cristiano, es decir, “ungido” por el Espíritu Santo, incorporado a Cristo, que es ungido sacerdote, profeta y rey» * Según CIC 1241..
Por medio de la Confirmación, el cristiano participa plenamente en la misión de Jesucristo y en la plenitud del Espíritu Santo que éste posee, para que toda su vida desprenda «el buen olor de Cristo» * Según CIC 1294.. Mientras que el Bautismo procura “el sacerdocio común de los fieles”, la Confirmación procura el poder de confesar la fe de Cristo públicamente, en virtud de un deber.
Finalmente, con la Eucaristía culmina la iniciación cristiana. Sacrement initiation Eucharistie «Los que han sido elevados a la dignidad del sacerdocio real por el Bautismo y configurados más profundamente con Cristo por la Confirmación, participan por medio de la Eucaristía con toda la comunidad en el sacrificio mismo del Señor» * Según CIC 1322.. Él nutre su vida sobrenatural. La Eucaristía es «fuente y culmen de toda la vida cristiana. Los demás sacramentos, como también todos los ministerios eclesiales y las obras de apostolado, están unidos a la Eucaristía y a ella se ordenan. La sagrada Eucaristía, en efecto, contiene todo el bien espiritual de la Iglesia, es decir, Cristo mismo, nuestra Pascua» * Según CIC 1324.. Ahora bien, sólo los sacerdotes han recibido ese ministerio de poder consagrar el pan y el vino. Francisco nos precisa en su Testamento que él no quiere tomar en cuenta el pecado de los sacerdotes. Y nos precisa:
«Y lo hago por esto: porque en este mundo nada veo corporalmente del mismo altísimo Hijo de Dios sino su santísimo cuerpo y su santísima sangre, que ellos reciben y sólo ellos administran a los demás» (Test 10).
Algunos dirán que no actuaba para las personas en sí mismas, sino (solamente) para Dios. De hecho, vemos verdaderamente la aplicación concreta de la Fe y de la Caridad. Para Francisco, “amar a Dios” se conjuga necesariamente con “amar a su prójimo”.

Misión y comunión con el papa, los obispos, los sacerdotes

Artículo 6

Sepultados y resucitados con Cristo en el Bautismo, que los hace MIEMBROS VIVOS DE LA IGLESIA, y a ella más estrechamente vinculados por la Profesión, háganse testigos e instrumentos de su misión entre los hombres, anunciando a Cristo con la vida y con la palabra.

Inspirados en San Francisco y con él llamados a reconstruir la Iglesia, empéñense en vivir en plena comunión con el Papa, los obispos y los sacerdotes, en abierto y confiado diálogo de creatividad apostólica. * Pablo VI, Discurso a los Terciarios, III, 19/05/1971.

Sepultados y resucitados con Cristo en el Bautismo

Sacrement initiation Baptême En griego, bautismo significa inmersión. El bautismo de conversión que San Juan Bautista practicaba en el Jordán consistía en sumergir en sus aguas a las personas que lo recibían. Además, y durante mucho tiempo en la Iglesia, los catecúmenos recibían el bautismo a través de una inmersión completa en un baptisterio de tamaño apropiado. Así, por medio del bautismo, el cristiano es sumergido en el misterio de Cristo sepultado y resucitado. Pero, ¿qué quiere decir “sepultados y resucitados con Cristo en el Bautismo”?
Primero, partamos de la evidencia de que un elemento esencial del sacramento del Bautismo es la utilización del agua. Cuando el sacerdote bautiza en nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, lo hace derramando agua sobre la cabeza del bautizado, agua que es entonces signo visible de la gracia invisible. Es tal vez en la oración de bendición del agua bautismal, que pronuncia el sacerdote durante la liturgia de la Vigilia Pascual, que encontramos la explicación más clara para comprender esta afirmación: “sepultados y resucitados con Cristo en el Bautismo”. Esta bendición del agua bautismal nos demuestra que el agua puede ser, o símbolo de muerte, o símbolo de vida.Baptême Jésus-Christ
Durante esta ceremonia, la Iglesia comienza haciendo un solemne recordatorio de los grandes eventos de la historia de la salvación de la Antigua Alianza, que prefiguraban ya el misterio del Bautismo:
Oh Dios! que realizas en tus sacramentos obras admirables con tu poder invisible, y de diversos modos te has servido de tu criatura el agua para significar la gracia del Bautismo.
(Tu) Espíritu, en los orígenes del mundo, se cernía sobre las aguas, para que ya desde entonces concibieran el poder de santificar. * «Desde el origen del mundo, el agua, criatura humilde y admirable, es la fuente de la vida y de la fecundidad. La Sagrada Escritura dice que Dios “se cernía” sobre ella». CIC 1218.
Incluso en las aguas torrenciales del diluvio prefiguraste el nacimiento de la nueva humanidad, de modo que una misma agua pusiera fin al pecado y diera origen a la santidad. * «La Iglesia ha visto en el Arca de Noé una prefiguración de la salvación por el Bautismo. En efecto, por medio de ella “unos pocos, es decir, ocho personas, fueron salvados a través del agua”». CIC 1219. Y, «Si el agua de manantial simboliza la vida, el agua de mar es un símbolo de la muerte. Por lo cual, pudo ser símbolo del misterio de la Cruz. Por este simbolismo el Bautismo significa la comunión con la muerte de Cristo». CIC 1220.
Hiciste pasar a pie enjuto por el mar Rojo a los hijos de Abraham, para que el pueblo liberado de la esclavitud del faraón fuera imagen de la familia de los bautizados. * «Es sobre todo el paso del mar Rojo, verdadera liberación de Israel de la esclavitud de Egipto (…) el que anuncia la liberación obrada por el Bautismo»”. CIC 1221.
Luego la bendición recuerda el Bautismo de Cristo:
Tu Hijo bien amado, bautizado por Juan en las aguas del Jordán, recibió la unción del Espíritu Santo.
Cuando estaba en la cruz, de su costado abierto brotó sangre y agua; y cuando resucitó, dijo a sus discípulos: «Id, pues, y haced discípulos a todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo». * «Todas las prefiguraciones de la antigua Alianza culminan en Cristo Jesús. Comienza su vida pública después de hacerse bautizar por San Juan Bautista en el Jordán y, después de su Resurrección, confiere esta misión a sus Apóstoles: “Id, pues, y haced discípulos a todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado”». CIC 1223.
La bendición continúa evocando el Bautismo en la Iglesia:
Ahora, Señor, mira con amor a tu Iglesia y haz brotar en ella la fuente del Bautismo.
Que el Espíritu Santo otorgue, por medio de esta agua, la gracia de Cristo para que el hombre, creado a tu imagen y semejanza, sea lavado por el Bautismo de las manchas que deforman esa imagen, y renazca del agua y del Espíritu a la vida nueva como hijo de Dios. * «En su Pascua, Cristo abrió a todos los hombres las fuentes del Bautismo. En efecto, había hablado ya de su pasión que iba a sufrir en Jerusalén como de un “Bautismo” con que debía ser bautizado. La sangre y el agua que brotaron del costado traspasado de Jesús crucificado son figuras del Bautismo y de la Eucaristía, sacramentos de la vida nueva: desde entonces es posible “nacer del agua y del Espíritu” para entrar en el Reino de Dios». CIC 1225.
Te rogamos Señor: por la gracia de tu Hijo, que el poder del Espíritu Santo caiga sobre esta agua para que todo hombre que sea bautizado, sepultado en la muerte con Cristo, resucite junto con Él a la vida nueva. * «Según el Apóstol san Pablo, por el Bautismo el creyente participa en la muerte de Cristo; es sepultado y resucita con Él: “¿O es que ignoráis que cuantos fuimos bautizados en Cristo Jesús, fuimos bautizados en su muerte? Fuimos, pues, con él sepultados por el bautismo en la muerte, a fin de que, al igual que Cristo fue resucitado de entre los muertos por medio de la gloria del Padre, así también nosotros vivamos una vida nueva”». CIC 1227.
Así, por medio del Bautismo, Cristo nos hace participar en su muerte y resurrección.

Más estrechamente vinculados a la Iglesia por la profesión

Colombe Saint Esprit Este superlativo (más estrechamente vinculados) podría sorprender. ¿Acaso la profesión se sitúa por encima del Bautismo para que, por medio de ella, estemos más estrechamente vinculados a la Iglesia? Es evidente que tal interpretación debe ser descartada. Contemplarla significaría considerar (orgullosamente) que los hermanos y hermanas de San Francisco, por medio de su profesión, son súper-cristianos situados por encima de todos los demás. En realidad, la profesión franciscana, en este pasaje, es más o menos asimilable al sacramento de la Confirmación. Y no se trata de decir o de sugerir que la profesión franciscana “reemplace” al sacramento de la Confirmación, o bien que “sea en sí misma un sacramento”. Pero lo que sí podemos afirmar es que la profesión franciscana es una suerte de manifestación sensible, de aplicación concreta del sacramento de la Confirmación. Es en este sentido que ese pasaje debe ser leído. Dos argumentos principales atestiguan la justicia de esta interpretación: en primer lugar el vocabulario utilizado; y luego, la posición de la afirmación misma en el contexto del artículo 6.
Volvamos al vocabulario utilizado en el artículo 6 y comparémoslo al que encontramos en la definición del sacramento de la Confirmación y de las gracias que procura: “… a ella (la Iglesia) más estrechamente vinculados (los hermanos seculares de San Francisco) por la Profesión”. Ahora bien, en el catecismo de la Iglesia católica podemos encontrar las indicaciones siguientes: «Por la Confirmación, los cristianos, es decir, los que son ungidos, participan más plenamente en la misión de Jesucristo y en la plenitud del Espíritu Santo que éste posee» * CIC 1294. Cfr. el apartado “El espíritu de Dios reposa en mí”.; y un poco más adelante: «Los que han sido elevados a la dignidad del sacerdocio real por el Bautismo y configurados más profundamente con Cristo por la Confirmación…» * CIC 1322. Cfr. el apartado “El espíritu de Dios reposa en mí”.. Además, podemos leer en la introducción al rito de la Confirmación: «Es preciso, pues, explicar a los fieles que la recepción de este sacramento es necesaria para la plenitud de la gracia bautismal»” * CIC 1285. ¿Por qué entonces un sacramento de la Confirmación aparte (o además)? Los reformadores del siglo XVI negaron la Confirmación como un sacramento pues pensaban (como en el caso de Calvino) que se desvalorizaba al Bautismo si se le consideraba como incompleto, como algo que debía “completarse”. Si hacemos caso omiso del lazo entre el Bautismo y la Confirmación, esta crítica podría justificarse. Pero no es esa la enseñanza del Concilio Vaticano II. Cfr. Schönborn, Christoph, Liturgie et Sacrements, capítulo 25, “Le Baptême et la Confirmation”, Ed. Saint Paul, 1999, p. 83 (edición castellana: Schönborn, Christoph, Fuentes de nuestra fe: liturgia y sacramentos en el catecismo de la Iglesia Católica, Ed. Encuentro, España, 2000). Una parte de este párrafo que trata de la Confirmación ha sido extraída de dicha obra.. Vemos así que las explicaciones concernientes al sacramento de la Confirmación utilizan los mismos superlativos respecto al Bautismo, tal como el artículo 6 de nuestra regla lo hace a propósito de la profesión.
El segundo argumento es la posición que ocupa la frase “más estrechamente vinculados por la profesión” respecto al texto que la precede y al que la sucede. El que la precede es el que se refiere al Bautismo que los convierte en miembros vivos de la Iglesia. Ahora bien, los dos sacramentos, Bautismo y Confirmación, transmiten el Espíritu Santo y sus dones, pero como el nacimiento y el crecimiento no pueden ser invertidos, es por eso que el sacramento del crecimiento en el Espíritu Santo debe ser precedido por el del renacimiento a la vida nueva. Por otra parte, el texto que la sucede es el siguiente: «…háganse testigos e instrumentos de su misión entre los hombres…» * En la persona de Jesucristo, el reino de Dios se aproxima a los hombres. La proclamación y la instauración del reino de Dios son además el objeto mismo de su misión en la tierra: «…tengo que anunciar el Evangelio del reino de Dios, pues para esto he sido enviado» (Lc 4, 43). Y nos invita a seguirle el paso, a anunciarlo a todos los pueblos y a todos los hombres para que la Revelación llegue a todos los rincones del mundo.. Si con el Bautismo cada uno se vuelve miembro de la Iglesia, con la Confirmación aparece otro elemento: no sólo cada miembro necesita a la comunidad, sino que también la comunidad vive de la doble responsabilidad y de la profesión de cada uno. La Confirmación subraya especialmente este aspecto y anima al joven cristiano, que está lleno del Espíritu Santo, a estar disponible en el futuro para la tarea misionera de la Iglesia. Así, «el sacramento de la Confirmación los une más íntimamente a la Iglesia y los enriquece con una fortaleza especial del Espíritu Santo. De esta forma quedan obligados aún más, como auténticos testigos de Cristo, a extender y defender la fe con sus palabras y sus obras». * CIC 1285.
De esta manera, “a ella más estrechamente vinculados por la profesión” significa que la profesión en la Orden Franciscana Seglar debe ser pronunciada y entendida como una manifestación sensible, como una aplicación concreta del sacramento de la Confirmación.

Testigos e instrumentos de su misión

Franciscains missionnaires
El destino de todo hombre es el de convertirse en imagen de Dios por medio de la santificación que hace del hombre un hijo de Dios. ¿No es verdad que Dios quiere que «todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad» (1 Tim 2, 4), es decir, de Jesucristo? «Vosotros, en cambio, sois linaje escogido, sacerdocio regio, nación santa, pueblo adquirido por Dios, para anunciar las magnificencias del que os llamó de las tinieblas a su maravillosa luz» (1 Pe 2, 9). El apostolado es verdaderamente la actividad de la Iglesia que consiste en llevar la Luz al mundo, en «propagar el reino de Cristo por toda la tierra». * CIC 863.
El día de la Ascensión, el Señor se dirige a sus apóstoles en estos términos: «…recibiréis la fuerza del Espíritu Santo que vendrá sobre vosotros y seréis testigos míos en Jerusalén y en toda Judea y Samaria y hasta los confines de la tierra» (Hch 1, 8). Igual que en otras ocasiones señaladas el Evangelio, Jesús se dirige aquí específicamente a sus apóstoles * En efecto, no se puede considerar que todas las palabras que Jesús dirige a sus apóstoles y que se consignan en los evangelios nos conciernen en la misma medida que a aquéllos. Es así, por ejemplo, en «Quien a vosotros escucha, a mí me escucha» (Lc 10, 16), o incluso en la institución de la Eucaristía: «Haced esto en conmemoración mía» (Lc 22, 19).. Pero entonces, ¿hay que sacar como conclusión que ciertas palabras de Cristo nos son completamente ajenas porque se dirigen a los apóstoles? Eso sería tan inexacto como el querer recibirlas como si nosotros mismos fuéramos apóstoles llamados por Cristo y la Iglesia. Sin embargo, por medio de sus apóstoles, Él se dirige a cada uno de nosotros. ¿Y qué nos dice? Nos dice que gracias a la fuerza del Espíritu Santo, somos testigos e instrumentos de su misión entre los hombres. La actividad misionera a la que estamos invitados se expresa en todos los lugares de la tierra. En primer lugar, en la ciudad o pueblo en el que nos encontramos.
Para Francisco, primero fue Asís, su propia ciudad. Es esta cercanía la que expresa Jesús hablando de Jerusalén. Y luego en su propia región, Judea para los apóstoles, Umbría para Francisco, y nuestra comunidad para nosotros mismos. Después en la región que se encuentra justo al lado, Samaria, y finalmente hasta los confines de la tierra, igual que una onda provocada por un guijarro lanzado a la superficie de un lago.
El artículo 6 no nos indica métodos prácticos para ser misionero. Respecto a este tema, habla más bien de creatividad apostólica, lo que significa que la misión no se encierra en una metodología o en una logística establecida y oficial, sino que corresponde a cada uno de nosotros hacerla vivir. Pero entonces, si no hay métodos prácticos para ser misionero, ¿cómo se puede ser misionero?

¿Cómo ser misionero?

La fuerza misionera no viene de nuestra propia fuerza sino de una total confianza en Dios. Se trata en verdad de vivir en el mundo según el plan de Dios. Recordemos la respuesta que dio Francisco al Soberano Pontífice cuando éste le señaló que “demasiado dura y áspera es vuestra vida”. Francisco le responde “confío en mi Señor Jesucristo…”. Y cuando Francisco vuelve una segunda vez y cuenta la historia de la mujer pobre pero hermosa, su conclusión es la misma: confiar en la bondad del Creador, que hace salir el sol cada día sobre malos y buenos, y caer la lluvia sobre justos e injustos.
Entonces no nos corresponde frenar al Espíritu Santo que sopla en nuestros corazones para extender el reino de Cristo sobre la tierra. No creamos que la misión está reservada a una élite intelectual. ¿Estaremos excluidos o, peor aún, exonerados de ser misioneros por el hecho de no haber concluido largos y brillantes estudios? Cuando Jesús se dirige a sus apóstoles y a sus discípulos y les dice “sois la sal de la tierra, sois la luz del mundo”, habla a todos los que están presentes, ricos y menos ricos, en términos de cultura intelectual, sobre todo. Además, ¿no es verdad que el primer Papa que eligió era pescador de oficio? Confiemos en Dios cada día. Vivamos en el mundo según el plan de Dios, a través de la palabra, los actos y, sobre todo, la comunión. Entonces seremos misioneros.

A través de la palabra

Franciscains missionnaires «Al principio ya existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios. Ella estaba al principio junto a Dios. Todo llegó a ser por medio de ella; y sin ella nada se hizo de cuanto fue hecho. En ella estaba la vida, y esta vida era la luz de los hombres; esta luz resplandece en las tinieblas, pero las tinieblas no la recibieron» (Jn 1, 1-5). Esta introducción del Evangelio de san Juan nos muestra muy bien que el Verbo (la Palabra) no es solamente un atributo divino sino que es Dios mismo. La misión de Cristo en la tierra se expresa a través de su palabra, una palabra de vida, como nos los recuerda Simón Pedro: «Señor, ¿a quién vamos a ir? ¡Tú tienes palabras de vida eterna!» _NOTE(Jn 6, 68) En este mismo sentido: «De verdad os aseguro: el que guarda mi palabra no verá la muerte jamás» (Jn 8, 51)._.
La palabra es una de las facultades propias del hombre. Nos recuerda que él es el único ser que fue creado a imagen y semejanza de Dios. Le permite expresar su pensamiento, sus sentimientos, su fe en su creador. En efecto, ninguna otra criatura puede expresarse por medio de la palabra. Y las palabras más bellas que podemos decir para expresar nuestra fe son las mismas que Jesucristo nos ha transmitido:
«¿Quieres curarte?» (Jn 5, 6).
«Pues yo tampoco te condeno; vete, y desde ahora en adelante no peques más» (Jn 8, 11).
«Zaqueo, baja de prisa; porque conviene que hoy me quede en tu casa» (Lc 19, 5).
«Tú sígueme» (Jn 21, 22).
… 
Nuestra regla nos invita a ser testigos e instrumentos de la misión de Cristo a través de la palabra. Seamos entonces misioneros a través de la palabra. Nunca se valora en su justa medida cuánto bien puede hacer la palabra a aquel que la escucha, o, por el contrario, cuánto mal puede hacer, pues es desde el corazón que el hombre extrae las palabras pronunciadas * «… por el fruto se conoce el árbol. ¡Raza de víboras! ¿Cómo podréis decir cosas buenas, siendo malos? Porque de lo que rebosa del corazón habla la boca. El hombre bueno de su buen tesoro saca lo bueno; y el hombre malo de su mal tesoro saca lo malo. (…) Porque tus palabras te justificarán y tus palabras te condenarán» (Mt 12, 33-37).. Y hablar es relativamente fácil. Si analizamos bien la situación, una palabra “cuesta” menos esfuerzo que hacer un favor. Puede comparársele a la sal que se pone en la comida. La sal no representa más que una ínfima parte del conjunto, y sin embargo es esta ínfima parte la que da sabor a la integralidad. Así es la palabra. ¿Acaso ciertas palabras pronunciadas por los cónyuges en su vida de pareja no nutren más que los alimentos consumidos? El alimento nutre al cuerpo, pero la palabra de amor, por su parte, satisface al corazón.
La palabra es uno de los niveles de la misión, pero no es el único. En efecto, para poder transmitir la Palabra, hay que conocerla, experimentarla. Sin esta experiencia, la palabra puede perder lo esencial de su sabor para aquel que la recibe. Entonces, la palabra misionera debe acompañarse de una cosita que se llama… los actos.

A través de los actos

Todos, en la palabra “acto”, adivinamos la palabra “acción”. Las dos tienen su origen etimológico en el verbo latino Agere, que quiere decir “hacer, actuar”. Ahora bien, para dar a la palabra todo su poder, el que la pronuncia debe acompañarla con actos concretos, visibles. La ausencia de acción desacredita a la palabra, incluso llega a anularla completamente. El Nuevo Testamento no cesa de recordárnoslo:
«No todo el que me dice: “¡Señor, Señor!”, entrará en el reino de los cielos, sino el que cumple la voluntad de mi Padre que está en el cielo» (Mt 7, 21).
«En la cátedra de Moisés se han sentado los escribas y los fariseos. Seguid, pues, practicando y observando todo lo que os diga, pero no los imitéis en sus obras; porque dicen y no hacen» (Mt 23, 2-3). * «Hacer lo que ellos dicen» en cuanto transmiten la doctrina tradicional que recibieron de Moisés. Esta invitación no compromete sus interpretaciones personales, de las cuales ya Jesús ha mostrado lo que se debe pensar. Cfr. Mt 15, 1-20; 16, 6; 19, 3-9.
«¿Tú crees que hay un solo Dios? Haces bien. También los demonios creen y tiemblan. ¿Quieres saber, hombre necio, cómo la fe sin las obras es estéril? » (Sant 2, 19-20).Franciscains missionnaires
Si retomamos la imagen de la vida conyugal, los “te amo” no bastan por sí mismos. ¿No es acaso necesario que se acompañen de la ayuda mutua que se deben los esposos y que justamente caracteriza ese amor conyugal? Imaginemos que uno de los esposo declara con frecuencia su fervor por el otro pero nunca lo ayuda en los actos que conlleva la vida en el hogar (a menos que esté físicamente impedido). ¿Qué resonancia pueden provocar en el cónyuge esos “te amo”? Volvamos a la frase de san Juan antes mencionada y reemplacemos, en este caso, la palabra “fe” por la palabra “amor”: muéstrame tu amor sin los actos; yo, por mi parte, te mostraré mi amor por medio de actos.
El anuncio de Cristo no es una excepción a esta evidencia: este anuncio debe hacerse no solamente por medio de la palabra sino sobre todo por medio de los actos. «Es precisamente esto lo que sus contemporáneos descubrieron en Francisco. Este hombre de Dios no se ponía por encima de ellos. Entre los pecadores, aparecía como uno de ellos. Era verdaderamente su amigo. Y con esta amistad, tanto los hombres menos recomendables como los excluidos, comprendieron que Dios se había acercado a ellos: nadie era rechazado. Enseguida tuvieron la certeza de que, por más miserables que fuesen, ellos también eran amados por Dios, se habían reconciliado con Él. Francisco podía decir a estos hombres turbados por semejante revelación: “Él os ha perdonado, haced lo mismo. Acogeos los unos a los otros como Él os ha acogido” ». * Leclerc, Eloi, François d’Assise. Le retour à l’Evangile, op. cit., p. 102.
Francisco de Asís
El evangelio del juicio final traduce con fuerza el valor de estos actos. No son aquellos que han hablado quienes recibirán el reino como herencia, sino aquellos que han actuado: «“Venid, benditos de mi Padre: tomad en herencia el reino que para vosotros está reparado desde la creación del mundo. Porque tuve hambre y me disteis de comer; tuve sed y me disteis de beber”; (…) Entonces le responderán los justos: “Señor, ¿Cuándo te vimos hambriento y te dimos de comer; o sediento y te dimos de beber?” (…) Y el rey les responderá: “Os lo aseguro: todo lo que hicisteis con uno de estos hermanos más pequeños, conmigo lo hicisteis”». (Mt 25, 34-40).
En realidad, existe también una tercera forma de testimoniar la existencia de Cristo. Y esta última es la más importante de las tres…

A través de la comunión

Podemos decir y hacer, pero la intención interior manifestada a través de la palabra o del acto cumplido cobra, a los ojos de nuestro Creador, una importancia capital. Recordemos las ofrendas de Caín y Abel: los dos presentan una ofrenda a Dios. Franciscains missionnaires«Yahveh se complació en Abel y en su ofrenda pero no en Caín y la suya» (Gn 1, 4-5). El resto del relato nos permite pensar claramente que el amor estaba ausente de la ofrenda de Caín. Sólo cumplía con un ritual. «Dijo Yahveh a Caín: “¿Por qué te enfureces y andas cabizbajo? ¿Acaso no andarías con la cabeza alta si hicieras el bien? Como no actúas correctamente, el pecado está a la puerta, al acecho, codiciándote; pero tú debes dominarlo”» (Gn 4, 6-7). Y san Pablo nos recuerda con insistencia la necesidad de la caridad * «A diferencia del amor pasional y egoísta, la caridad (agapè) es una dilección que ansía el bienestar del prójimo. Su fuente está en Dios, que es el primero que ha amado y ha entregado a su Hijo para redimir a los pecadores y así convertirlos en elegidos, en sus hijos. Atribuido en primer lugar a Dios Padre, este amor que es la naturaleza misma de Dios se encuentra igualmente en el Hijo, que ama al Padre como él lo ama, y como ama a los hombres, por quienes se ha entregado. En fin, es el amor del Espíritu Santo que se extiende en los corazones de los cristianos, dándoles así la misión de cumplir ese precepto esencial de la Ley que es el amor hacia Dios y el prójimo. Pues el amor entre hermanos, e incluso entre enemigos, es la necesaria continuación y la verdadera prueba del amor de Dios, el nuevo mandamiento que ha dado Jesús y que sus discípulos no cesan de inculcar. Así, Pablo ama a los suyos y es amado también. Esta caridad, a base de sinceridad y humildad, de olvido y de entrega, de servicio y de apoyo mutuo, debe probarse a través de los actos y cumplir los mandamientos del Señor, volviendo efectiva a la fe. Es el lazo de la perfección y “envuelve los pecados”. Apoyándose en el amor de Dios, no teme nada. Ejerciéndose en la verdad, da un verdadero sentido moral y abre al hombre al conocimiento espiritual del misterio divino, del amor de Cristo que sobrepasa todo conocimiento. Haciendo vivir a Cristo y a toda la Trinidad en el alma, nutre una vida de virtudes teologales donde es la reina, pues no se perderá sino que alcanzará su plenitud en la visión, cuando Dios otorgue a sus elegidos los bienes que ha prometido a aquellos que lo aman». Citado en la versión francesa de La Bible de Jerusalem, Ed. du Cerf, 1956, nota a) de la Primera carta a los corintios, p. 1522, relativa a la palabra “caridad”. en el cumplimiento de cualquier acto: «Si hablo las lenguas de los hombres y de los ángeles, pero no tengo amor, soy como bronce que suena o como címbalo que retiñe. (…) Y si doy en limosnas todo lo que tengo, y entrego mi cuerpo a las llamas, pero no tengo amor, de nada me sirve» (1 Cor 13, 1-3). Recordemos bien que en lo relativo al apostolado «la caridad, conseguida sobre todo en la Eucaristía, “siempre es como el alma de todo apostolado”». * CIC 864.
Volvamos a nuestro ejemplo de la vida conyugal, pero esta vez agregando a los frutos de ese amor, es decir, a los hijos. Para el correcto equilibrio y realización de los pequeños, los gestos de afecto y de ternura que se ofrecen a los hijos constituyen los “Te amo” en su beneficio. Los cuidados materiales que les son prodigados (alimento, vestido, etc.) concretizan el amor que se les tiene. Sin embargo, todo esto no produce más que un efecto muy pequeño en el equilibrio y la realización del niño si no percibe en sus padres una comunión, un amor mutuo resplandeciente. Un estómago lleno, ropa caliente y limpia, e incluso un afecto desbordante hacia el niño, no pueden compensarle esa imperiosa necesidad de unidad conyugal.
En la palabra “comunión” encontramos también la palabra “unión”. Pues bien, esta unión, esta comunión entre cristianos, ¡es la que manifiesta mejor ante los ojos del mundo su fe en Jesucristo! Si bien no es única, puesto que están también la palabra y los actos, sin embargo la comunión entre los cristianos sigue siendo el mejor testimonio, el medio apostólico más poderoso. “¡Amaos los unos a los otros!”. El amor, aún el amor, siempre el amor. ¡Sí! Es este amor mutuo al que Jesús nos invita con insistencia el que mejor testimonia al Dios de Amor y de Verdad.
la Cène
Concluiremos este capítulo recordando las últimas palabras de Jesucristo la noche del Jueves Santo. Esa velada pasada con sus apóstoles es de una intensidad y de una densidad sin igual. Es en el transcurso de la cena que nuestro Salvador instituye la Eucaristía. En el transcurso de esa cena anuncia a sus apóstoles que va a dejarlos. En el transcurso de esa cena les comunica que les enviará al Espíritu Santo. En el transcurso de esa cena se despide de ellos. Al final de la cena, sabiendo que su agonía comenzará pronto, Jesús dirige a su Padre una oración de oblación y de intercesión. Sin faltarle al respeto, podemos comparar la insistencia con la que Jesús reza a su Padre por la unidad de los cristianos con otra insistencia. La que un hombre justo puede dirigir a sus descendientes que lo rodean antes de dar su último suspiro. El justo habla a sus hijos, a sus hijas, a sus yernos y a sus nueras, a sus nietos y bisnietos. En el silencio religioso que rodea su cama en el momento de su gran partida, el justo dice lo que le parece esencial. Y mientras su aliento sople, repetirá, insistirá en sus últimas voluntades. Escuchemos a Jesús cuando nos habla en la oración dirigida a su Padre:
«Padre santo, guárdalos en tu nombre, en ese nombre que me has dado, para que también ellos, lo mismo que nosotros, sean uno» (Jn 17, 11). «No sólo por éstos te ruego, sino también por los que, mediante su palabra, creerán en mí. Que todos sean uno. Como tú, Padre, en mí y yo en ti, que también ellos estén en nosotros, y así el mundo crea que tú me has enviado. La gloria que me has dado yo se la he dado a ellos, para que sean uno, como nosotros somos uno. Yo en ellos y tú en mí, para que lleguen a ser consumados en uno, y así el mundo conozca que tú me has enviado y que los has amado como tú me has amado a mí» (Jn 17, 20-23).

Preguntas

¿He aprendido bien?

1)¿Puedo recordar el objetivo principal de la misión de Cristo en la tierra? 
2)Francisco escribe en su Testamento que incluso si fuera perseguido por los sacerdotes, a pesar de todo seguiría recurriendo a ellos. ¿Cómo justifica Francisco esta confianza sin límites? 
3)¿Cuál es el secreto de la fuerza misionera? Y, ¿cuáles son las tres formas de testimonio misionero a las cuales es llamado cada bautizado? 

Para profundizar

1)En la celebración del bautizo de un niñito, ¿cuál es el signo que me marca más? ¿Qué pensar del bautizo de los pequeños? ¿Qué piensa nuestro entorno? 
2)¿Cuáles son los medios concretos que debo poner en práctica para estar en plena comunión con el Papa, los obispos y los sacerdotes? ¿Debo aceptar el hacer esfuerzos para vivir plenamente esta comunión? 
3)La regla nos invita a renovar la Iglesia gracias a la inspiración de san Francisco. Entonces, ¿cuál(es) es (son) el (los) pasaje(s) de la vida de Francisco que me ayuda(n) más a renovar la Iglesia? Jesús es la verdadera cepa y nosotros los sarmientos. Transplantado a la rama franciscana, ¿puedo testimoniar, con sencillez, acciones concretas o mutaciones interiores que esta situación de transplante haya provocado en mí? 
Baptistère

Subir

Realizado por www.pbdi.fr Ilustrado por Laurent Bidot Traducción : Lenina Craipeau